El puente de Sega a Microsoft

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
6 febrero, 2017
Editorial: 69
Fecha de publicación original: 29 abril, 1997

Fecha de publicación: 29/4/1997. Editorial 69.

Quien comenta, inventa

El 90% asegura que conoce un idioma extranjero (el inglés en el 94% de los casos), el 28% accede a Internet y el 37% suele leer un periódico diariamente. Estas son algunas de las cifras de la encuesta entre los universitarios realizada por el diario El País, que fue publicada la semana pasada. Ya sabemos que las encuestas son una de las historias de desamor más frecuentes de este final de siglo: suelen decir más de lo que expresan los números y menos de lo que uno quisiera leer en ellos. Tomando en cuenta este secreto inmanente de la cifra, resultan ilustrativos algunos de los resultados comentados y otros que les acompañaban para verificar la cultura general de los encuestados. Así, a vuelapluma, cuando se les preguntó por los personajes vivos que más admiraban, los siguientes fueron mencionados al menos por el 1% de los universitarios interrogados: Teresa de Calcuta, el Rey Juan Carlos, Indurain, Felipe González, Gabriel García Márquez, Nelson Mandela, Adolfo Suárez y Stephen Hawking. No rebasó esa frontera el señor Bill Gates: ¿un caso típico de disparidad entre la idolatría mediática y la penetración del mensaje? ¿o simplemente el resultado premonitorio de la transición desde la adolescencia Sega a la madurez Microsoft?

Cuando se les planteó seis preguntas de cultura general, desde la típica de quién es el actual presidente de EEUU a quién formuló la teoría de la relatividad, la única que versaba sobre fútbol fue la que menos respuestas acertadas recibió (quién ganó el campeonato español el año pasado) ¿otro agujero negro en las prioridades del interés nacional según la rancia definición de nuestros gobernantes?

La encuesta trata de dilucidar la forma como los estudiantes se informan. Les pregunta por sus hábitos a la hora de leer periódicos y, por otra parte, por la utilización media del ordenador para acceder a Internet. La primera, la lectura de diarios, es una cuestión habitual en estas muestras. La segunda es la primera vez que aparece en este tipo de trabajos de campo con el sector universitario, también por razones lógicas: es ahora cuando Internet despunta como un posible competidor de los medios de comunicación tradicionales a la hora de proveer información y conocimiento. De todas maneras, este fenómeno es tan reciente que los autores de la encuesta ni siquiera intentan cruzar los datos. Y, si lo hubieran hecho, tengo la impresión de que los resultados se habrían visto seriamente afectados por los prejuicios que todavía acompañan al análisis de las redes.

Puestos a examinar su negocio, El País traza un panorama optimista porque el 37% de los entrevistados confiesa que suele leer los periódicos (dos puntos más que en 1995), aunque menos del 21% lo compra. Por otra parte (o por la misma parte), un 36% dedica dos horas diarias a ver televisión y un 21% tres horas o más. En el reverso de la moneda, el dato que me parece significativo es el grado de preparación para entrar en la era dela sociedad de la información: un 65% confiesa que utiliza el ordenador como un procesador de textos, un 31% para diseño de gráficos, un 41% como banco de datos y un 28% para acceder a Internet (a pesar de las escasas facilidades que muchas universidades ofrecen a sus estudiantes para que naveguen con una dirección electrónica propia).

Estos datos, como sucede siempre con toda encuesta, se pueden leer de mil maneras e interpretarlos a gusto de cada uno. He aquí el mío: estamos cada vez más cerca del punto de convergencia entre el descenso constante de la lectura de periódicos en los sectores que van a tomar decisiones en este país y, por la otra parte, la adopción de Internet como una vía habitual de procurarse información y conocimiento. Los medios tradicionales (esto no hace falta que nos lo descubra ninguna encuesta, pero de todas maneras, sale como un dato constante en casi todas ellas) cada vez informan menos de lo que le interesa a la población. Sobre todo, han perdido la capacidad de estimular nuestra curiosidad, de proponernos un vistazo inteligente a los acontecimientos del mundo que enriquezca nuestra cultura y nuestra forma de desenvolvernos en él. Por otra parte, el tipo de escenario propuesto por las redes (todos somos emisores y receptores) desencadena procesos múltiples y muy complejos de retroalimentación de la información y el conocimiento que cada vez se van aposentando con una mayor carga de cotidianeidad. Para decirlo de otra manera, estamos en la fase en que los cajeros automáticos proliferaban por doquier y, a pesar de sus promesas de «dinero fácil» al alcance de la yema de los dedos, seguíamos yendo al mostrador del banco para solicitar las operaciones habituales. Hoy, me lo confiesan los amigos a los que les consulto y las señoras del barrio cuando nos vemos en el mercado, hace mucho tiempo que no le ven la cara a la persona al otro lado de la ventanilla: la tarjeta de crédito nos ha enredado en la zona financiera del ciberespacio casi sin que nos hayamos dado cuenta.

La encuesta de los universitarios plantea un escenario semejante. Nos encontramos en la transición hacia la «rutina telemática». Pero este camino está salpicado de dificultades y obstáculos. El salto hacia la proliferación de «cajeros de la sociedad de la información» no vendrá de la mano solamente de los bancos (aunque estos siguen jugando un papel de primer orden en este juego), sino también de nuestra capacidad para generar contenidos cada vez más ricos, más útiles, más diversos. Si este proceso despega –y nada asegura que finalmente despegue a tiempo, es decir, antes que se impongan las contratendencias que auspician corporaciones, centros financieros y grandes centrales de compra– las encuestas futuras tendrán que encontrar la fórmula para poder desentrañar el complejo proceso a través del cual cada uno se procura no ya la información, sino los ingredientes necesarios para tomar decisiones en una sociedad atrapada definitivamente en los flujos comunicativos del ciberespacio. Esto es algo que los medios tradicionales todavía ni siquiera se plantean, pues ellos dan por descontado que la inteligencia de sus lectores debe acercarse al promedio de la inteligencia de sus historias actuales. Eso es mucho presumir y, si es cierto ahora, quizá nunca más vuelva a ser así gracias a Internet.

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