El hormiguero virtual

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
29 agosto, 2017
Editorial: 127
Fecha de publicación original: 7 julio, 1998

Donde no hay ganancia, cerca está la pérdida

En los último tres años, la aplicación de conceptos procedentes del mundo de la biología para comprender el desarrollo de Internet es cada vez más frecuente. La Red es sin duda un rico ecosistema en constante movimiento y evolución. Algunos de sus rasgos llaman particularmente la atención. En primer lugar, vista su dinámica desde la superficie, la primera imagen que aparece es la de una colonia de esforzados internautas cuya actividad parece desenvolverse en un caos creciente aunque no cesa de elaborar puntos de referencia organizativos. Por el otro, por alguna razón, la Red potencia hasta cierto punto un impulso cooperativo que no existe fuera de ella. Pareciera que es una característica propia de la actividad que se desarrolla en el ciberespacio. La economía que conocemos es incapaz, por ahora, de dar claras respuestas a estas dos cuestiones. Por una parte, cómo individuos tan diferentes y con culturas tan distintas pueden encontrar terrenos comunes para organizar los flujos de información que generan. Por la otra, cuáles son las condiciones mínimas necesarias para que esta organización se sustente en acciones cooperativas. Hasta que las ciencias humanas digan algo significativo al respecto, la biología comienza a avanzar algunas respuestas, aunque referidas a la vida de las hormigas. O sea, que nadie traspase el terreno de los modelos y piense que estamos llamándole insecto.

Brian Goodwin, autor del libro Las manchas del leopardo, acaba de publicar un interesante trabajo en la revista New Scientist sobre la «inteligencia colectiva» de las hormigas. A Goodwin, como a otros biólogos que trabajan en el mismo campo, le interesaba dilucidar la gran pregunta: ¿el comportamiento de la colonia de hormigas es tan sólo la suma de las actividades de sus miembros individuales o hay una conducta que sólo pertenece a la colonia como un todo y que no se puede ni predecir ni deducir de sus partes?

Hasta ahora, la sociobiología había dominado el escenario con una clara respuesta afirmativa a la primera parte de la pregunta. Recientemente, sin embargo, comienza a surgir el concepto de la colonia como un superorganismo cuya vida interna se rige por parámetros diferentes de los individuos que lo componen. O sea, que si se estudia la conducta de estos, nunca se logrará pronosticar cuál será su comportamiento en un entorno colectivo o, dicho de otra manera, en qué condiciones una actividad individual caótica comienza a generar las pautas de conducta organizadas de una colonia. La idea de que existe un orden emergente impredecible en los procesos naturales no es nuevo ni procede de la biología. Sabemos que el agua está formada de hidrógeno y oxígeno. Pero de los átomos de estos elementos no se puede explicar por qué el agua forma un remolino cuando se va por el desagüe. Para esto hace falta comprender la dinámica de fluidos, lo cual es un nivel de conocimiento que está por encima de los átomos individuales. O sea, que ciertos fenómenos no se pueden predecir a partir de sus partes constituyentes. De la misma manera, por ejemplo, que resulta muy difícil predecir el comportamiento organizado y cooperativo en Internet a partir de cada una de sus partes, los internautas. Para conseguirlo tendríamos que comprender la «colonia» como un todo, lo cual plantea tal nivel de complejidad que sólo se podría acceder a ella mediante modelos de simulación también cada vez más complejos.

Es lo que hizo Goodwin junto con Ricard Solé (Universitat Politècnica de Catalunya) y Octavio Miramontes: fabricaron un hormiguero virtual. El objetivo era dar una respuesta a las mismas preguntas que nos planteamos quienes en algún momento nos hemos puesto a observar el trajinar de estos insectos: ¿cómo se las arreglan para aparecer tan ordenadas en medio de un comportamiento aparentemente caótico? ¿de dónde les sale el impulso organizativo? ¿es sólo una cuestión de genes? La respuesta a esto último parece ser negativa. Como se ha descubierto recientemente, en los hormigueros conviven por igual hormigas sobreestimuladas, hiperactivas, con hormigas de tipo hedonista, con una clara inclinación al dolce far niente pero, que, en determinadas condiciones, abandonan el culto a la pereza y se unen a sus compañeras. ¿Qué ocurre, qué les mueve a abandonar una vida regalada como hormigas para entregarse al frenesí típico del hormiguero? El equipo de investigadores pronto encontró la respuesta en términos familiares a cualquier usuario de Internet. El secreto de la colonia estaba en la interacción. Cuando una hormiga inquieta pasa cerca de una indolente, de alguna manera la primera interactúa con la segunda y la convence de que mueva el culo y abandone la vida contemplativa.

Ahora bien, ¿cómo interactúan las hormigas si no tienen ordenadores, ni modem, ni siquiera un mal teléfono que llevarse a la mandíbula?, se preguntará algún internauta preocupado. ¡Ah, pero tienen antenas! Antenas muy sensibles al tacto y a los olores. Y, al parecer, a través de este interfaz se produce el necesario intercambio de información para comenzar a tejer la red de la colonia. En el hormiguero virtual de Goodwin, las hormigas eran simples agentes de software que se movían por una parrilla parecida a un tablero de ajedrez. Cuando una hormiga activa pasaba cerca de una vaga, la activaba y la sacaba del letargo. A medida que aumentaba la población de hormigas activas, aumentaba la actividad de la colonia debido a una mayor frecuencia de estimulación (interactividad) entre los individuos. Hasta que alcanzado un cierto nivel de densidad de población activa, surgía entonces un patrón rítmico que trasladado a un gráfico producía ondulaciones constantes y organizadas. La colonia comenzaba a comportarse como un superorganismo, algo sobre lo que nadie habría apostado a juzgar por las curvas erráticas y caóticas generadas cuando los individuos comenzaban a moverse o la interactividad era todavía muy baja.

El modelo permitió comprobar además que el tipo más importante de interacción para alcanzar el ritmo colectivo era el de las hormigas activas con las inactivas (y no las activas con las activas), como se acaba de descubrir que también sucede en los hormigueros reales (Blaine Cole, un investigador de la Universidad de Houston). Y otro dato fundamental, también confirmado después en la vida real, es que en la colonia hay un umbral que define cuán sensibles son las hormigas a la estimulación de sus compañeras. Si esta sensibilidad es muy baja, las ondas de actividad no se propagan suficientemente por la colonia como para hacer emerger el ritmo colectivo, independientemente de la densidad de su población. Por otra parte, si la sensibilidad es muy alta, el grupo se convierte en hiperactivo y vuelve a romperse su cohesión, tiende al caos. Pero la ventana de esta sensibilidad parece ser lo suficientemente ancha como para sugerir que los patrones de actividad rítmica son una poderosa consecuencia de la vida en colonia, quizá su factor determinante desde el punto de vista de la evolución: en ese patrón de inteligencia colectiva reside la capacidad de resistencia y la ventaja competitiva de la colonia.

¿Las lecciones del «orden emergente» y del salto del caos de los individuos a la inteligencia colectiva en el contexto de Internet? Bueno, no sé, cada uno deberá bucear en la parcela hormiguera de su personalidad y no olvidar que, a menos que interactúe con los demás, no podrá deducir de su examen personal sus verdaderas capacidades colectivas. Eso para empezar.

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