El conocimiento sostenible

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
18 julio, 2017
Editorial: 116
Fecha de publicación original: 21 abril, 1998

Quien hace un yerro, hace ciento

La ciudad de la revolución industrial la conocemos –y la sufrimos– de sobra. La ciudad de la revolución digital es todavía un misterio. La urbe de la Sociedad de la Información y el Conocimiento plantea una extraordinario abanico de cuestiones y desafíos en los que apenas estamos incursionando. Y más si hay que imaginarla como una ciudad sostenible, capaz de crear una dinámica de crecimiento y desarrollo aptos para las generaciones presentes y futuras. Ese fue el desafió que se le planteó este fin de semana pasado a un grupo de expertos de diferentes disciplinas (entre los que había, incluso, periodistas, como el que esto escribe): imaginar cómo sería la Barcelona del 2020.

La reunión tuvo lugar como parte de la muestra «La ciudad sostenible», que en estos momentos se exhibe en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Y el ejercicio podría equipararse a un hipotético encuentro que se hubiera celebrado allá en los albores de la revolución industrial para imaginar cómo sería la ciudad que emergería de la revolución propiciada por las fábricas y el transporte de la época, en particular el ferrocarril. Hoy podemos medir la enorme dificultad que habría entrañado semejante esfuerzo, sobre todo porque sabemos cómo ha variado el curso de nuestra historia más reciente a impulsos de eventos sutiles, discretos, que nadie habría sido capaz de medir en todas sus dimensiones en su momento, y que finalmente se mostraron decisivos en el devenir de los acontecimientos. La cuestión en la reunión en el CCCB, pues, era imaginar una Barcelona futura con el beneficio de inventario de que tales eventos «distorsionadores» quizá ya estén operando hoy y en 20 años aparezcan como los principales escultores de la ciudad.

En esta gimnasia prospectiva, pronto se delimitaron dos modelos urbanos posibles: una ciudad tendente hacia la disgregación, con una ocupación creciente de territorio, un uso extensivo e intensivo del coche y la consiguiente necesidad de multiplicar infraestructuras (o sea, más suelo ocupado) necesarias para sostener la vida. Por la otra parte, una ciudad que propiciaba la compactación, la densidad, y, por tanto, una mayor diversidad humana, social y económica y, por tanto, más eficiente en el uso del suelo y la energía. Hasta aquí, nada especial y sí mucho de expresión de deseos personales o sectoriales. La dificultad comenzó a emerger cuando hubo que vestir a los modelos, en particular al segundo. Y, sobre todo, cuando hubo que imaginar en qué momento y de qué manera se adquiría la tela y se la cortaba según los patrones expuestos. En otras palabras, qué decisiones había que tomar hoy para que cuajaran en el futuro que se pretendía inventar bajo la forma de una ciudad sostenible. Ahí fue cuando apareció la sociedad del conocimiento bajo el disfraz de las «tecnologías de la información».

Desde el principio hubo unanimidad en que estas tecnologías iban a jugar un papel fundamental en la evolución de la ciudad, ya fuera que ésta tendiera hacia la desagregación o hacia la compactación. Pero resultó francamente difícil imaginar la forma física que estas tecnologías asumirían en la ciudad, a qué tipo de empresas y de mercado laboral darían lugar, qué servicios suministrarían, cómo ocuparían el suelo (nuevo o edificado) y hasta qué punto la información y el conocimiento podían modelar u ordenar físicamente el territorio de una manera sostenible. El discurso de una sociedad basada en la creatividad, la imaginación y el conocimiento, se detuvo en las puertas del hecho crucial: qué estamos haciendo (o dejando de hacer) hoy que se convertirá en el hecho decisivo en la Barcelona (o cualquier otra ciudad) del 2020. A mi entender, es desde esta perspectiva, desde la más rabiosa actualidad de hoy, que tiene sentido pensar el futuro, como lo tiene pensar el presente desde la más rabiosa actualidad de hace 20 años para averiguar dónde «nos equivocamos» entonces y descubrir esos eventos discretos que se convirtieron posteriormente en decisivos.

Las tecnologías de la información y el conocimiento me parecen, hoy, uno de esos eventos. No porque cada vez estén más presentes en nuestra vida a través de un ordenador y, dentro de poco, de la TV. Sino porque ya están ordenando el territorio, las actividades urbanas, el tipo de industrias que sostendrán dichas tecnologías y, por supuesto, los servicios que finalmente convertirán a la ciudad en parte de ese concepto aún intangible denominado «Sociedad de la Información». La velocidad a la que suceden estos cambios y, sobre todo, el volumen de recursos (humanos y materiales) que involucra, es ya el acontecimiento que se nos está escapando de nuestros análisis y que irrumpirá a corto plazo con el cincel y el martillo en la mano para esculpir la ciudad. Mientras pensamos en las tecnologías de la información en abstracto, como algo que tiene que suceder o que está sucediendo («aumenta el número de usuarios de Internet, tímido despegue del comercio electrónico, etc.»), estamos dejando de lado la forma concreta como esto sucede y la manera como incide en la organización de la ciudad.

La Sociedad de la Información origina, a mi entender, una ciudad basada en los flujos de información y conocimiento: flujos de capitales y recursos financieros, flujos laborales, flujos comerciales, etc. Estos flujos se canalizan en un marco que combina la competencia con la cooperación, una seña diferenciadora respecto al origen y desarrollo de la revolución industrial. ¿Cómo se planifica esto, cómo se le da un sentido desde el punto de vista de la ordenación del territorio, de qué manera se puede estimular el funcionamiento de estos flujos en la perspectiva de una ciudad sostenible? Para comenzar a responder a estas preguntas, tendríamos que tener noticias ciertas sobre cómo será la industria del conocimiento, de qué manera se organizará y cuáles serán sus necesidades.

Por lo que tenemos hasta ahora en las manos, podemos aventurar que siendo el capital mayor de estas empresas la información y el conocimiento, una vasta mayoría de ellas estará constituida por pequeñas unidades, con una elevada capacidad para generar sinergias entre ellas y establecer redes cooperativas que ocupen espacios nuevos en el mercado desde el punto de vista de la oferta de sus servicios. Si esto es así, esto apunta hacia un modelo dual de compactación y desagregación urbana, pero con una ocupación intensiva de edificios céntricos por conglomerados de empresas de la información. En este sentido, somos muchos los que sospechamos que brotarán por doquier, entre otros, espacios tipo Kubik, donde tiene su sede en.red.ando. Es ilustrativo, además, que este tipo de experiencias comienza a tener incluso un «corpus» doctrinario a través de tesis e investigaciones sobre el impacto de estos espacios multidisciplinarios. Ahora hace falta imaginar su proyección sobre el tejido social de la ciudad, así como qué tipo de política de las administraciones públicas y del sistema financiero es la necesaria para acondicionar el entorno urbano al profundo cambio social que vendrá de la mano de industria de la información y el conocimiento.

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A continuación os adjunto el documento que presenté en el Taller de la Ciudad Sostenible, «Una visión de la Barcelona del 2020», un juego prospectivo diseñado con la mente puesta en los últimos 20 años (1978-98).

Una visión de Barcelona el año 2020

Rasgos sobresalientes:

.- En Barcelona hoy predominan las casas y viviendas ajardinadas y dotadas de tecnología bioclimática. Una elevada proporción de viviendas está habilitada espacialmente para la cambiante configuración de los núcleos de habitantes (denominados núcleos familiares a finales del siglo pasado).

.- La ciudad es un ámbito multicultural, multirracial y multirreligioso. Como ecosistema, es bastante eficiente en el uso de los recursos y, sobre todo, de la energía. Existen significativos conglomerados urbanos de bajo consumo voluntario. El rasgo predominante en las relaciones urbanas es la tolerancia.

Este perfil de Barcelona cuajó gracias a una serie de decisiones que se tomaron a partir de 1999, por las que:

.- BCN se convirtió en un centro puntero de la industria de la información y el conocimiento, cabecera de redes troncales de telecomunicación de Cataluña y otras ciudades que se convirtieron en parte de su «hinterland digital». Para ello se adaptaron las redes urbanas y los conceptos arquitectónicos de las viviendas para facilitar la aparición de espacios que se convirtieron en fábricas que procesaban bits sin ordenadores.

.- Se privilegió el movimiento de bits por encima incluso de los átomos sobre ruedas gracias al despliegue de las redes de cable. Se potenció el «transporte blando» (sistemas de movilización a disposición permanente del ciudadano siempre que se utilizara de forma colectiva) y se combatió activamente la insostenible cultura de la «libertad individual de movimiento», un concepto que ahora se considera como una antigualla de incomprensible éxito a finales del siglo pasado.

.- Se fomentó el tejido empresarial y organizativo basado en la cooperación para el desarrollo de la industria de la información y el conocimiento. Se atrajo a esta industria al centro de la ciudad o zonas aledañas en una síntesis de densidad y descentralización gracias a la construcción de infopistas muy ramificadas. El uso del transporte motorizado quedó supeditado a la organización del trabajo a través de estas redes.

.- El motor de este política fue la decisión tomada a partir de 1999 de convertir a la educación en el vector de estos cambios. Las escuelas públicas de BCN (y Cataluña) se convirtieron en la punta de lanza de la gestión del conocimiento insertadas en un proceso de globalización que todavía sigue creciendo. Las universidades de la ciudad (y Cataluña) se fusionaron en parte, con lo cual superaron su grave crisis que amenazaba con liquidarlas. Ahora captan alumnos prácticamente en todo el mundo, una parte de los cuales vienen a completar sus estudios a la ciudad. Los nuevos centros de investigación ad-hoc de carácter universitario se cuentan ahora entre los de más solera de Europa.

.- Una consecuencia de estos cambios fue el alto grado de participación ciudadana en procesos de democracia directa. La distribución y gestión de información y conocimientos llega ahora directamente a las viviendas a través de paredes apantalladas que cada habitante puede personalizar. Esto ha resultado en una gestión colectiva del medio ambiente, pues todas las decisiones sobre las políticas que afectan a los ecosistemas urbanos (desde la planificación del territorio hasta políticas puntuales) no se pueden tomar sin la interacción entre administradores y ciudadanos.

Esta posición destacada de la ciudad en el concierto urbano mundial no está exenta de graves tensiones. La causa principal es la herencia cultural de los planes de ordenación territorial de finales del siglo pasado, que introdujeron una elevada rigidez en las infraestructuras con las consiguientes dificultades para adaptarse a las necesidades planteadas por los cambios sociales. Esto ha creado bolsas casi irremediables de analfabetismo digital y una desagregación espacial debido a los desequilibrios del proceso organizador del conocimiento allí donde los cambios no llegaron a tiempo.

Conclusión: Si en el 2020 no tenemos esta Barcelona, quiere decir que hemos hecho muchas cosas mal durante estas dos décadas desde el punto de vista de una ciudad sostenible. Habría que estudiar cuáles y por qué.

Taller Ciudad Sostenible, CCCB, Barcelona, 17/4/98

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