El año de la Eurocracia

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
29 noviembre, 2016
Editorial: 52
Fecha de publicación original: 31 diciembre, 1997

Fecha de publicación: 31/12/1996. Editorial 52.

El río por donde suena se vadea

La encuesta de la tercera ola del Estudio General de Medios asegura que en España se ha cumplido la “ley de hierro” de Internet: la población de internautas se ha doblado en 1996. Ahora somos unos 800.000, con un 11% de error de más o de menos y sin contar a todos los que les han regalado un billete para el ciberespacio con motivo de las fiestas navideñas. Nos estamos acercando a ese punto mágico que la ciencia define como masa crítica, el misterioso conglomerado capaz de hacer que las cosas sucedan. En este caso, estas cosas podrían traducirse en la consolidación de nuestra presencia en la Red con personalidad propia o, por el contrario, en nuestra conversión en una estación terminal de eventos que suceden en otra parte del mundo. No creo que 1997 marque todavía el punto de inflexión, pero sí me parece que se abrirá la oportunidad más clara de dejar una huella en el ciberespacio con el genuino aroma mediterráneo. Las dificultades, empero, serán enormes y no todas procederán de lo que hagamos o dejemos de hacer en las redes.

Había un dicho en los sesenta que proclamaba: “Justo cuando 200 millones de soviéticos se encaminaban gozosamente hacia el comunismo, apareció Stalin”. Parafraseando, podríamos decir que justo cuando el sector de las telecomunicaciones y de la tecnología de la información vive una época de extraordinaria bonanza, aparece en lontananza la sombra de Maastricht. Durante 1997, los gobiernos europeos tendrán que aplicar severos paquetes de medidas económicas y sociales para reducir la inflación y el déficit presupuestario. Es la contrapartida que exige el nuevo becerro de la economía, la moneda única, el Euro. El impacto político y social de estas medidas constituyen un verdadero Expediente X para nuestra clase gobernante. Nadie sabe a ciencia cierta cómo responderá la población, en general, y la industria, en particular, al duro período que se avecina de construcción de Europa por el tejado. Ni siquiera Helmut Kohl, el único que debiera tenerlo claro, se atreve a vaticinar los resultados, aunque el papel preponderante de Alemania en la Europa del Euro es, por ahora, indiscutible y ella es la que marca el paso.

Mientras tanto, la cacareada Sociedad de la Información no aparece por ningún lado como un proyecto viable para los eurócratas. Esta otra Europa, que sólo puede construirse desde sus cimientos, apenas vive en algunos proyectos y programas a los que acceden sólo cierto tipo de ciudadanos. Los eurócratas siguen empeñados en imponer un ritmo autoritario a la construcción de la Unión Europea, determinado por los grandes parámetros económicos que sólo tienen sentido si se los administra desde los ministerios de Economía o Hacienda. Pero el mercado del ciberespacio abre otras posibilidades que ponen en cuestión, precisamente, esa dinámica del cada vez más senil poder político. El proyecto de este poder, como el de la mayoría de las empresas sobre el que derrama su autoridad, está obsoleto, se corresponde con un modelo cada vez más anticuado y no tiene forma de mantener la necesaria cohesión social al hacer depender todos los factores más importantes (empleo, seguridad social, pensiones, salud) de ejes completamente alejados del poder de la sociedad civil.

El mercado del ciberespacio, que otros apellidan el mercado multimedia, abre un territorio nuevo donde esta visión se pone de cabeza. Su importancia cotidiana se corresponde con su enorme potencial para crear empleo, nuevos empleos. Actualmente, los productos y servicios multimedia facturan cerca de 1,4 billones de pesetas al año en el mundo. Dado su carácter multifacético, cada vez resulta más difícil, definir con una simple receta cuál es su contenido exacto, pero ahí reside precisamente su riqueza. En el centro de esta nueva industria está la publicación electrónica, cada vez más incrustada en una extraordinaria variedad de sectores: educación, formación, creación de nuevos ámbitos de intercambio de información y conocimiento, comunicación entre el cliente y el propio proceso de producción atravesando todas las áreas intermedias (vendedores, distribución, administración, gestión de sistemas empresariales, etc.), salud, ocio… Las perspectivas son fenomenales, pero la red de apoyo, el tejido social que las alimente, debería estar a la altura del desafío. Y debería permear centros escolares y de formación, universidades, cámaras de comercio, organizaciones empresariales, colectivos sociales, administraciones públicas y privadas.

El reto es sin duda ciclópeo, pero tampoco se adivinan muchas otras salidas de la mano de quienes nos han metido en el grave atolladero actual. La gran industria y toda su red de conchabeos políticos, económicos y militares han llevado a Europa al punto en que se encuentra ahora. Su receta para salir de este callejón es más de lo mismo con dosis crecientes de aceite de ricino para poder asimilarlo. Si no se construyen alternativas desde abajo, sólo quedará el aceite de ricino. José Ignacio López de Arriortúa, “Superlópez”, decía en una reciente entrevista: “Acabo de leer en los periódicos que para 73 puestos de trabajo que ofrece el nuevo Museo de Arte Moderno Guggenheim, de Bilbao, se han presentado nada menos que 70.000 personas, en números redondos. Arriortúa prosiguió: “A esas personas hay que decirles, y yo les digo, que dejen de mirar a otros para que les den empleos y que creen sus propias empresas”.

Es cierto, pero quienes tienen los recursos son los que deben invertir en la generación de las condiciones mínimas imprescindibles para poder crear esas empresas. Y éste será, tengo la impresión, el gran desafío que nos presenta el año 1997. Si en el camino la web desaparece o se potencia, los NC se venden como churros o acumulan polvo en las tiendas o los cables-modem y el Java finalmente se convierten en algo tan usual como el bolígrafo, serán elementos importantes, pero no tan decisivos. Lo que está en juego es si Internet conseguirá el suficiente empuje este año 97 para sentar las bases de un nuevo tipo de mercado, de una sociedad organizada de acuerdo a otros criterios económicos.

De todas maneras, todo apunta a que el próximo año volveremos a doblar la población en la Red y que, además, tendremos muchas más cosas que hacer. No cabe menos, pues, que desearnos un 1997 lleno de venturas digitales sorprendentes y rentables. Yo, por mi parte, aprovecharé que la semana que viene esta publicación cumplirá su primer año de vida para introducir algunos cambios que explicaré detalladamente en el próximo número.

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