El alumno que leía periódicos

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
18 abril, 2017
Editorial: 89
Fecha de publicación original: 14 octubre, 1997

Se aprende haciendo

3º en una serie sobre la educación en el ciberespacio)

La semana pasada se produjo una de las –todavía– escasas apariciones de Internet en la portada de los diarios (algunos) y telediarios (menos) sin estar asociada a un crimen de sangre, a una estafa transfronteriza cometida por algunas de las jóvenes y pujantes mafias, o al último congreso de pedófilos digitales. La noticia era que el Gobierno de Tony Blair había decidido invertir este año 25.000 millones de pesetas para dotar de ordenadores a 32.000 colegios de Gran Bretaña. El objetivo de este primer desembolso es pavimentar el camino para que en el 2002 todos los escolares de la isla estén conectados a Internet. No sé si para los medios la repercusión de la noticia estaba en el monto de la inversión, en el hecho de que ésta fuera para red-educación (algo no muy usual en Europa) o en que diera la casualidad de que aquel de gafas sentado al lado del Primer Ministro británico en el momento del anuncio era el señorito Gates. De todas maneras, estamos ante el primer y más importante paso desde instancias oficiales europeas para colocar a la educación en el ciberespacio (siempre que la promesa finalmente no se quede tan sólo en un precioso afiche, algo sobre lo que nosotros sabemos mucho).

La medida sigue la estela de políticas parecidas al otro lado del Atlántico y coloca a ambas naciones como cabeza de playa (¡vaya, otra vez el inglés!) en este sector crucial. Tanto, que el mismo día del anuncio británico, se produjo una pequeña escaramuza que, en un par de frases, encierra algunas de las claves de la educación en el ciberespacio. La princesa británica Ana, que a la sazón inauguraba un congreso de escuelas privadas, criticó a quienes piensan que «los niños puedan quedar libres para aprender por sí mismos todo lo que necesitan gracias a los ordenadores». Gates, atento siempre al principio de autoridad, se apresuró a responder: «La tecnología no será el sustituto del profesor, sino una herramienta en sus manos. Internet es neutra, es un medio para conectar a la gente y no presupone un programa determinado. Ahí está su belleza».

Pues no, señor Gates, ahí no es precisamente donde reside su belleza. Su belleza radica exactamente en lo contrario, como usted sabe perfectamente: en que Internet no es neutra, sino interactiva, por lo que la herramienta no estará sólo en manos del profesor, sino de los alumnos también. Y, por supuesto, querida prima Ana (ahora todos somos familia, ¿no?, para algo hemos contribuido a resucitar al equipo de muermos del Palacio de Buckingham vía el exceso de velocidad en París), efectivamente los niños van a quedar libres para aprender todo lo que necesiten gracias a los ordenadores. Qué entendemos por «libres» y por «todo» en el contexto de la sociedad de redes y qué consecuencias se deducen de ello, es harina de otro costal. Ahí estoy seguro de que mantenemos alguna discrepancia, pero no creo que, por ahora, ésta ponga en peligro a su señora reina, a su hermano y, sobre todo, al revolucionario de su sobrino, quién a lo mejor nos sorprende a todos y da rienda suelta al espíritu subversivo que le inculcó su madre para encarnar a la primera monarquía digital de la Baja Edad Media Infolítica.

Las máquinas, desde luego, no obrarán el milagro de insuflar libertad en el proceso educativo, pero la interconexión y la interactividad, sí. En qué proporción, además, esta interactividad transportará el peso de dicho proceso es una cuestión abierta, pero ella no se dilucidará mediante decisiones administrativas, sino a través de una relación dinámica entre maestros y alumnos a través del intercambio global de conocimientos. Libres y encadenados serán, posiblemente, los términos antónimos que definirán los rasgos de la educación en red, un proceso de formación que abarcará desde la más temprana edad hasta mucho más allá de la jubilación, pasando por la educación superior y la del reciclaje personal y laboral constante. En esta educación continua, a la que tendrá que volver una y otra vez, el «estudiante» no dispondrá siempre de una tutoría directa. Frecuentemente tendrá que coger el timón en sus propias manos y asumir la responsabilidad de encontrar su ruta por los nuevos océanos del conocimiento en el ciberespacio.

Pero, en todo caso, de la mano del maestro, de sus propios compañeros o por sí mismo, ejercerá un inusitado grado de libertad al poder acceder a vastas bases documentales para consultar, acopiar datos, información, conocimientos, experiencias, y procesarlos. En esta labor, el territorio del saber estará muy poblado: maestros y alumnos lo compartirán en un proceso no secuencial determinado por la horizontalidad de las relaciones entre ellos. Parafraseando a la princesa Ana, podríamos criticar a quienes crean que los maestros quedarán libres para aprender por sí mismos todo lo que necesitan gracias a las máquinas. Sin la colaboración activa de los estudiantes, que se producirá de todas maneras, no serán nada. Y esto, como vemos, no tienen mucho que ver con el supuesto carácter neutro de Internet y sí con el tipo de sociedad de la información que están fraguando las redes.

La forma como esta relación tomará cuerpo (algo que ya podemos apreciar en múltiples experiencias de educación ciberespacial) será a través de publicaciones electrónicas, es decir, de sistemas de comunicación que transferirán desde datos básicos e informaciones hasta una forma de concebir el mundo, de proyectarlo. Las publicaciones electrónicas vehicularán proyectos, informaciones, aportaciones, una «rutina» sobre el aprender y elaborar conocimientos, en suma, una perspectiva cultural. A través de estos medios, se producirá la densificación de información y conocimientos –con sus correspondientes sistemas de clasificación, búsqueda y distribución– que, al parecer, muchos tanto temen. Pero estas publicaciones constituirán el basamento del edificio de los contenidos educativos en el mundo digital.

En otras palabras, estamos en las puertas de un acontecimiento inédito (exagero un poco): las aulas se llenarán de alumnos que leerán periódicos. No sólo esto: los confeccionarán. No me refiero a El Periódico, El País o Le Monde (aunque puede que se hagan cargo de algunas de sus secciones). No. Me refiero a sus propios periódicos online, sus propias publicaciones electrónicas. Las crearán, las distribuirán y mantendrán a través de ellas el entramado constante de la educación. Serán periodistas de nuevo cuño, de la misma manera que serán lectores también de nuevo cuño. Los libros de texto, incluso los digitales, posiblemente serán subsidiarios a estas publicaciones electrónicas que prestarán el armazón a proyectos del conocimiento multidisciplinares, multirraciales, multiculturales, todo ello en el marco global de las comunicaciones interactivas. Proyectos de «despliegue rápido», dinámicos como un periódico diario, pero, al mismo tiempo, perdurables, renovables e «inmortales» en la base documental de las redes. La educación construirá de esta manera su propio archivo, o su sección correspondiente en el gran archivo digital.

Para explotar toda la potencialidad de este cambio, maestros y alumnos tendrán que aprender las artes básicas de la comunicación adaptadas a las nuevas circunstancias. Para publicar, hay que convertir los datos en información y a ésta en conocimientos. Este proceso exigirá una formación específica para consultar (seleccionar fuentes de información y conocimiento), discriminar (acopiar la información relevante) y retroalimentar este mismo proceso (publicar). Maestros y alumnos serán al mismo tiempo fuente de información y usuarios de ésta en un paisaje donde el único dato cierto será la densidad creciente de los flujos de comunicación. Participar en ellos y dinamizarlos es un arte que tendrá que elevarse a la categoría de disciplina. Aprender en el ciberespacio consistirá, entre otras cosas, aprender a tratar la información con las herramientas propias de un oficial del conocimiento, una de las nuevas profesiones alumbrada por la la sociedad de las redes.

En muchos aspectos, los puntos de referencia no están tan alejados del trabajo propio del periodista, aunque en el contexto de las redes el oficial del conocimiento es una persona preparada para detectar fuentes fiables de información, gestionar ésta, discriminar los conocimientos pertinentes al proceso cognoscitivo en cuestión, cartografiar el territorio difuso del conocimientos en la geografía de la Red y elaborar productos nuevos a partir de ellos. Alumnos y maestros tendrán que aprender a leer periódicos, pero también y sobre todo a elaborarlos. Esta actividad formará una parte sustancial del contenido de la educación, al que las autoridades, tan ocupadas en proteger los metros de cable de sus operadoras telefónicas y las ventas de máquinas de las grandes corporaciones, todavía no han prestado la suficiente atención. No es extraño, entonces, que se discuta más de cacharros que de qué se va a hacer con ellos una vez que estén conectados entre sí.

Necesitamos investigar los rasgos propios del trabajador del conocimiento en la educación y qué perfiles adoptará en el caso de maestros y alumnos. Esto tiene unas repercusiones evidentes desde el punto de vista del papel que previsiblemente cada uno jugará en el nuevo modelo de la educación digital y del tipo de contenidos que esta necesitará desarrollar en una sociedad multicultural transparente. Sobre todo, porque nos estamos moviendo a gran velocidad de la fase de los vasos comunicantes que trasvasan entre ellos un volumen dado de conocimientos, hacia la de los vasos comunicadores, en el que cada recipiente es capaz de generar su propio contenido y verterlo en otros vasos para producir una sustancia nueva y diferente.

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