Doble brecha

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
25 julio, 2017
Editorial: 118
Fecha de publicación original: 5 mayo, 1998

Por lo que uno tira, otro suspira

Sabemos que la riqueza llama a la riqueza, pero ahora también lo hace por teléfono o por Internet. En el mundo hay 1.466 millones de hogares. Sólo una tercera parte de ellos, 500 millones, tiene servicio telefónico. De los dos tercios restantes, 676 millones de hogares simplemente no pueden sufragar el costo de dicho servicio. Ni pueden ahora, ni se sabe cuando podrán incluso en los modelos neoliberales más optimistas para el siglo próximo. Estas disparidades, por supuesto, se extienden a otras áreas del servicio telefónico, en particular la telefonía móvil, fax e Internet. El 84% de los abonados a las comunicaciones celulares vive en los países desarrollados, donde está instalado el 91% de todos los aparatos de fax y el 97% de los servidores de Internet. Éstos son algunos de los datos recogidos en el documento «Acceso Universal», presentado el mes pasado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) a la Conferencia Mundial de Desarrollo de las Telecomunicaciones en La Valetta, Malta, donde se muestra hasta qué punto las telecomunicaciones, y en particular la evolución de Internet, se han convertido definitivamente en uno de los ejes vertebradores de la economía mundial.

Y, como sucede con la explotación y apropiación de otros recursos estratégicos, las redes, sus beneficios y sus beneficiarios están firmemente arraigados en un pequeño sector de la población mundial. A comienzos de 1997, el 62% de todas las líneas telefónicas principales del mundo estaban instaladas en 23 países desarrollados: los de la UE, Australia, Canadá, EEUU, Islandia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega y Suiza. Entre todos ellos, apenas contienen al 15% de la población mundial. El reverso de esa medalla lo constituye la distribución de líneas telefónicas en los países en desarrollo. Mientras el 60% de su población habita zonas rurales, el 80% de las líneas están en las zonas urbanas. Aunque estos datos no lo dicen todo, sin duda son suficientemente esclarecedores de los retos que afronta la vasta mayoría de la humanidad ante la revolución que representa la Sociedad de la Información y el Conocimiento.

Ahora bien, el peligro de quedarse desenganchado de esta revolución, de este profundo cambio en el modelo económico global, no atraviesa sólo la tradicional línea entre países ricos y pobres. Entre los primeros también existe el riesgo de que se abra una apreciable brecha de insospechadas consecuencias para la conformación de la comunidad internacional en el próximo siglo. Mientras todos seguimos utilizando y proyectando la explotación de la Internet que procede de los desarrollos realizados fundamentalmente en los años 70 y 80, EEUU se apresta a darle un vuelco a la situación creando la Internet del futuro: las denominadas Internet 2 (como proyecto esencialmente académico, por ahora) y la Próxima Generación de Internet (como proyecto federal de largas miras desde el punto de vista económico y social). La Casa Blanca y el Congreso, las instituciones científicas y la empresa privada han abierto la billetera (y sus cerebros) para concertar un esfuerzo sin parangón con el fin de «ayudar al pueblo americano a vivir mejor y trabajar de manera más inteligente». Y en este proceso vuelven a estar involucradas algunas de las instituciones claves en el nacimiento y desarrollo de Internet, como la Agencia para Proyectos Avanzados de Investigación de la Defensa (DARPA) o la National Science Foundation.

¿Nos caerá otra bendición del cielo, como ha sucedido con la que Internet que ahora tenemos entre manos? Depende. De lo que estamos hablando ahora es de una decisión estratégica que involucra no sólo al sector de la Defensa de EEUU, al ámbito de la investigación y a unas pocas operadoras de telecomunicaciones, sino prácticamente al conjunto de la sociedad estadounidense. La Próxima Generación de Internet ya no atiende a los criterios de la denominada teledensidad, medida como el número de líneas telefónicas por habitantes. El eje sobre el que se organiza el nuevo proyecto es la teledensidad de conocimientos e información vehiculada a través de redes de ordenadores capaces de mover imágenes, vídeo, gráficos y textos entre 100 y 1.000 veces más rápidamente que hoy. Y esto significa generar un vasto impulso en los campos de la investigación y el desarrollo que cuaje en nuevas tecnologías, aplicaciones, sistemas, contenidos e infraestructuras aptas para la nueva Internet.

Ante el guante lanzado por EEUU, el resto de la comunidad internacional, sobre todo la parte rica, todavía está sumida en la perplejidad. Cuando se aprestaba a levantar los primeros andamios de lo que debería ser su edificio digital, resulta que ya comienza a quedarse vetusto sin tiempo siquiera de instalarle las puertas y ventanas. Ni Europa, ni Japón, por citar dos de los vértices de las sociedades desarrolladas, han acertado a crear todavía los instrumentos que exigen la época, el espacio para una concertación social con el objetivo de impulsar una visión estratégica del ciberespacio. Seguimos tan preocupados y «sojuzgados» por el enorme poder de las empresas operadoras de telecomunicación, que simplemente no acertamos a comprender que Internet es demasiado importante como para dejárselo sólo a ellas y a sus mezquinos criterios inversores y tarifarios.

La cuestión ahora supera el marco de las inversiones coyunturales en infraestructuras. La revolución de la información necesita industria de la información y ésta sólo puede surgir de pactos sociales amplios a todos los niveles, desde el político al financiero, pasando por el educativo la investigación, que impliquen a las más variadas fuerzas económicas y políticas. El desafío ya no estriba sólo en el número de llamadas telefónicas, sino en los bienes económicos que vehiculan las redes bajo la forma de información y conocimiento. Hasta que nuestras preocupaciones no se dirijan a este último aspecto, la nueva brecha seguirá abriéndose y, de paso, agravará la ya existente entre ricos y pobres.

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