Dejad que los niños se acerquen a Negroponte

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
9 mayo, 2017
Editorial: 95
Fecha de publicación original: 25 noviembre, 1997

Quien da, bien vende, si el que lo recibe lo entiende

Un Negroponte al borde de sucumbir ante el peso de su propio nombre llegó hasta Madrid esta semana. El director del célebre MediaLab del MIT (Boston, EEUU) dio una charla, bastante conocida para quienes le hemos visto en estos menesteres en los últimos dos años un par de veces, y se reunió en una comida con un grupo de periodistas donde nos dejó unas cuantas perlas. Y también una franca admisión: viaja más de 300 días al año y no tiene tiempo literalmente para examinar lo que está pasando en Internet, lo cual no quiere decir que no esté al tanto (por ejemplo, nosotros mismos le actualizamos algunas neuronas que aun funcionaban con versiones web ya superadas). Esta ausencia del mundo digital puede explicar que en los dos últimos años su discurso se haya vuelto algo reiterativo y carezca de la imaginación de que hizo gala en algunas partes de su libro El mundo digital, lo cual también se nota en los artículos con que contribuye a la revista Wired. Acerca del publicado en el mes de noviembre, él mismo admitió que «los he hecho mejores». A veces, la preocupación por encontrar un sistema para mantener la ropa limpia y planchada durante una larga gira tiene estas servidumbres. Negroponte no se anda con chiquitas ni siquiera frente a estos problemas. Nos explicó la propuesta que le hizo al presidente de Federal Express para que la colada le fuera reexpedida al siguiente punto del itinerario y así poder viajar con un equipaje liviano. Y es que hay rigores del mundo de los átomos que el de los bits todavía no puede suavizar.

El gran gurú estadounidense de las redes vino en esta ocasión con un discurso centrado fundamentalmente en la educación, sin olvidar por ello sus habituales incursiones en el comercio electrónico, la traducción automática, el libro de hojas de papel electrónico recargable y los problemas jurisdiccionales que Internet va a plantear a corto plazo. Negroponte, a fin de cuentas un buen americano reconvertido al dólar incoloro del ciberespacio, dijo que en 1998 veremos correr el dinero digital –digi-cash– y el comercio electrónico experimentará su primer gran big bang, sobre todo porque los usuarios sabrán apreciar que, a pesar de la propaganda en sentido contrario de bancos y operadoras telefónicas, Internet es un lugar mucho más seguro de lo que normalmente se piensa. Aquí fue la única vez que hizo una referencia directa a una comunidad virtual: la Red permitiría que los consumidores de una población dada constituyeran un «cartel» para, por ejemplo, poner entre la espada y la pared a un vendedor de coches y, de paso, negociar una rebaja de los precios de los autos directamente con Ford o General Motors. Los intermediarios que había en la sala movieron inquietos el culo.

Pero sus planteamientos más interesantes, a mi entender, los expresó cuando puso el énfasis en la educación y en papel de los más jóvenes como motor de cambio y consolidación de la Red. Según Negroponte, el 85% de los jóvenes de EEUU tienen acceso a un ordenador desde sus casas. La cifra puede parecer una pedagógica exageración, pero el director del MediaLab incluye en su estadística a las generaciones Sega y Nintendo, a quienes considera con razón como «alfabetos digitales». A partir de este dato, Negroponte pinta un panorama político interesante: dentro de 20 años, los niños enredados no entenderán de cuestiones nacionales, ni nacionalistas. Habrán crecido, aprendido, interactuado e interrelacionado en un mundo sin fronteras determinado tan sólo por peculiaridades culturales. «La paz, para ellos, tendrá un sentido muy diferente», señaló el científico, aunque no se explayó al respecto.

De todas maneras, se puede entrever que Negroponte, como casi siempre, habla de la situación de EEUU que, con una facilidad que la experiencia histórica no respalda, extrapola al resto del mundo como un modelo de indefectible implantación. De todas maneras, no le quedó más remedio que recurrir a ciertos tópicos (con las hebras de verdad que éstos siempre comportan) para explicar las diferentes culturas que él distingue en el ciberespacio europeo y que le estropean un poco el análisis. Escandinavia es un vergel digital, con un elevado grado de penetración de Internet (hasta el 60% de la población finlandesa está conectada, superior incluso a la media de EEUU. Curiosamente, Negroponte no mencionó el socorrido factor del frío para explicar el alfabetismo digital nórdico). En cambio, los bastiones europeos del G7, en particular Francia y Alemania, son un desierto, la viva imagen de la Era de las Tinieblas, según calificación del propio Negroponte.

Su análisis arrojó un rayo de esperanza para el Mediterráneo, en particular Italia, España y Portugal (a través de su participación en la Península Ibérica, me imagino) donde la rémora de una infraestructura deficitaria en telecomunicaciones se compensa con un saludable espíritu de desacato (disrespect) hacia la autoridad (pidió que no se le malinterpretara, cosa que ni se me pasaría por la cabeza, por favor). Esta es una base sólida para compensar la falta de frío y avanzar hacia un modelo escandinavo. El tirón lo darán los escolares. Negroponte hizo un caluroso llamamiento a los periodistas para que insistan en la necesidad de llevar Internet a los colegios, sobre todo a la educación primaria. El crecimiento de la teledensidad (número de líneas telefónicas por cada 100 habitantes), la nueva medida de la riqueza en la era de la Sociedad de la Información, «dependerá en gran medida del comportamiento de la educación en los países en desarrollo», señaló enfáticamente. Ese fue el momento en que uno echó de menos no sólo la necesaria labor proselitista (ojo, que tampoco se me malinterprete a mí) de los periodistas, sino la presencia «in corpore» de la ministra de Educación con la Esperanza de que se convirtiera en Aguirre la cólera del bit. No sucedió.

Negroponte exudó el optimismo –y la ingenuidad– de que hizo gala hace unos meses la revista Wired cuando pintó el futuro más prometedor de la historia de la humanidad durante los próximos 50 años gracias al empuje irrefrenable de la innovación tecnológica que bendeciría a todos (o casi) los mortales. Confió a los satélites, sobre todo los de órbita baja (LEO), la tarea de interconectar al Tercer Mundo en los próximos cuatro años. En estas zonas del planeta habitará la mitad de los mil millones de conectados que calcula que habrá para entonces. Si los habitantes del Sur geopolítico hacen lo que deben para cumplir con este vaticinio, los primeros beneficiados serán, de nuevo, las escuelas gracias a que las constelaciones de satélites esparcirán el conocimiento desde los cielos. El propio Negroponte quiere participar en esta empresa a través de su Fundación «2B1» (juego de palabras: Two be one o to be one: «dos ser uno», o «ser uno», a elegir la que más guste), en la que no admite fondos de EEUU para que nadie imagine pretensiones imperialistas.

Ya que estamos en el tema, yo le pregunté si el nuevo episodio de Irak viene a confirmar las peores sospechas de los escépticos de la Sociedad de la Información, a saber que cuando Estados Unidos se encuentra con un problema que, por la razón que sea, lo considera crucial para su política exterior y su seguridad interior (?), entonces es capaz de extender un tupido velo de desinformación muy difícil traspasar, sin que ni siquiera la propia sociedad civil estadounidense sea capaz de retar al Departamento de Defensa con una visión alternativa. Respuesta: «no me consta que eso que usted dice es lo que está sucediendo. Hay información y mucha». En otro momento de la charla –y a preguntas de otro colega– explicó que los fondos militares apenas representan el 2% de toda la financiación del MediaLab (antes eran mucho más importantes, dijo) y que la CIA era una empresa más de las 160 que contribuyen a forjar junto con él los sueños digitales del futuro.

Lo siento, no voy a hacer una broma fácil al respecto.

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