De la dictadura de los técnicos…

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
17 octubre, 2016
Editorial: 40
Fecha de publicación original: 8 octubre, 1996

Fecha de publicación: 08/10/1996. Editorial 040.

* Segundo artículo de la serie dedicada a periodismo digital.

No es lo mismo predicar que dar trigo

La comunidad internauta española tiene una asignatura pendiente: por irónico que parezca, los periodistas todavía no han tomado Internet al asalto. Las posibilidades del nuevo medio como fuente y distribuidor de información, como espacio de interconexión e interactuación con los lectores, como creación de audiencia y, desde luego, como frontera profesional y económica , apenas han sido exploradas por los profesionales de la comunicación. Las empresas periodísticas, por su parte, se han limitado, hasta ahora, a aparecer en el escaparate digital –lo que sin duda ya es en sí mismo un gran paso–, pero sin mostrar todavía los signos vitalistas de una evolución acorde con el papel que Internet comienza a jugar en el escenario de la comunicación. En lo que respecta a los profesionales, este estado de cosas se debe, aparentemente, a la displicencia, negligencia o miopía con que contemplan el fenómeno Internet.

Algo hay de cierto en esto; sin embargo, me parece que las cosas no son tan sencillas, tan unilaterales. Este recelo o desidia hacia el nuevo medio por parte de quienes debieran hacerlo hecho suyo –por lo menos para decidir si hay allí tanta “chicha” como sus propios medios proclaman desde hace un par de años en multitud de informaciones e incluso en páginas especializadas–, creo que tiene una fundamentación de peso y no tiene mucho que ver con explicaciones psicologistas ni generacionales. Sobre todo si examinamos este fenómeno desde la perspectiva de las empresas periodísticas.

Desde mediados de los años 70, los medios de comunicación de los países occidentales se vieron conmovidos por una sacudida inesperada. A los periodistas les querían quitar sus entrañables máquinas de escribir y sustituírselas por unas pantallas con teclados. Era como poner en cada mesa un pedazo de la tarta del 1984 de Orwell y nada menos que en la mitad de las redacciones, en los bastiones de la libertad de expresión. Para decirlo brevemente, el cambio no fue fácil. La entrada en la era digital calentó las redacciones y los talleres a medida que se enfriaba inexorablemente el plomo en las imprentas. Hubo conflictos que marcaron la época, como los de Fleet Street en Londres, The New York Times o el Washington Post en EEUU. Pero esos fueron tan sólo los más conocidos. Tras el resplandor de las grandes cabeceras, la reestructuración empresarial y de la propia profesión periodística de mano de la informática afectó en diferentes grados prácticamente a toda la industria de la comunicación impresa.

Cuando se despejó la polvareda, nos encontramos con algunas cosas nuevas. Para empezar, cada periodista tenía frente a sí a un ordenador, un cacharro inexplicable compuesto de teclado y pantalla en la que titilaba un cursor insaciable: no importaba cuántas letras, frases o reportajes se escribieran, allí seguía aquel destello avisando que quería más. Para seguir, muchos talleres desaparecieron o se convirtieron en espacios físicos y laborales completamente diferentes. Para terminar, aparecieron unos señores que nunca habían pisado anteriormente una redacción y que, a juzgar por la cantidad de cosas raras que se traían bajo el brazo, tenían toda la intención de quedarse. Era el departamento técnico. Desde el punto de vista empresarial y profesional, ése fue el gran cambio. Los hábitos periodísticos volvieron poco a poco a su cauce y las modificaciones subsiguientes en las estructuras de las redacciones lo fueron más por causas externas que por la propia digitalización. Pero ésta última comenzó a adquirir una dinámica propia omnipresente.

Los departamentos técnicos se convirtieron en las locomotoras de la innovación tecnológica del sector, un factor clave para mantener el filo competitivo de las empresas de comunicación. En este proceso, los periodistas no fueron arte ni parte. Simplemente víctimas, en el buen sentido en que también lo era un campesino de la edad media al que le “sucedían” cosas. Ayer una granizada, hoy una mesnada que arrasaba con los cultivos, pasado una buena o mala cosecha, más tarde el recaudador de arbitrarios impuestos y por la noche, o en cualquier momento, a la hija le cobraban el derecho de pernada. Y en lontananza, el perfil del castillo.

El departamento técnico ha mantenido la caldera de la innovación en marcha alimentada por el fuego sagrado del conocimiento informático, el arcano del saber digital. Los periodistas eran meros instrumentos de sus designios: bastaba que aprendieran a hacer funcionar lo nuevo, no hacía falta que lo “comprendieran”.

El paso de los años ha consolidado esta relación prácticamente en todos los medios de comunicación. Ningún periódico puede hoy frisar el éxito sin un departamento técnico competente, experto e imaginativo. Pero casi ningún periódico ha logrado romper los respectivos compartimentos estancos en que se mueven la redacción y el departamento técnico. La impermeabilidad de cada uno certifica que ambos han madurado ejerciendo competencias aparentemente intransferibles. Los periodistas, por una parte, aunque ahora les resultaría imposible imaginar su profesión sin los ordenadores, han cultivado una actitud muchas veces rayana en la tecnofobia, sobre todo cuando el “sistema informático” se comportaba de una manera temperamental y se negaba a cumplir con lo que ellos estiman como las instrucciones más simples.

La total dependencia de las máquinas, por otra parte, para cumplir con el cometido profesional ha favorecido esta “cultura”, que se ha alzado fatalmente como una muralla a la hora de establecer el necesario puente de comunicación con el departamento técnico para transmitir las necesidades específicas de la redacción. Los técnicos, por su parte, han encontrado el terreno abonado para tratar con cierta condescendencia a quienes manejan artilugios tan complejos, versátiles y multifuncionales como si fueran meras máquinas de escribir con pantalla. En este craso error vivíamos, cuando, a principios de esta década, los servicios online e Internet rompieron sus celdas de cristal académico y su uso comenzó a popularizarse. De repente, además, pareció la WWW.

El escenario estaba preparado para que sólo algunos periodistas con un perfil profesional muy concreto cometieran la audacia de explorar el nuevo medio. Apenas se aventuraron por el ciberespacio se vieron rápidamente aprisionados entre dos fuerzas contradictorias: por una parte, el uso profesional de las redes permitía avizorar su enorme potencial a la par del surgimiento de un nuevo modelo de comunicación eminentemente participativo que invadía el espacio que hasta ahora había correspondido a los medios de comunicación existentes. Por la otra, el cortocircuito entre las redacciones y los departamentos técnicos no facilitaba precisamente el desarrollo de estas iniciativas. Las redes, en manos de los profesionales de la información, ponían en entredicho el poder –ya tradicional a pesar de su corta vida– ejercido por los departamentos técnicos. El saber comenzaba a desparramarse fuera de una “clase social” –informáticos y técnicos– intrínsecamente innovadora respecto al cumplimiento de los objetivos “normales” de la empresa, pero conservadora en cuanto a los hábitos de transmisión de sus conocimientos sobre todo en un entorno aparentemente turbulento como el que proponían las redes. Y este talante era precisamente, entre otras cosas, el que dificultaba el acceso y uso de Internet por el escaso número de periodistas que comenzó a navegar.

Estos colegas se convirtieron, sin saberlo, en agentes de innovación y fueron ellos quienes pusieron a los medios en el mapa del ciberespacio. Su presión e insistencia sobre las particularidades y la importancia de Internet fueron calando, pero con cuentagotas. El salto adelante se producía cuando, finalmente, el agente innovador encontraba “un generalizador” que, entonces, se apropiaba de la idea –casi invariablemente, el departamento técnico, que era el que poseía medios humanos y físicos para desarrollarla– y la impulsaba, enterrando de paso al agente o devolviéndolo al limbo empresarial. A partir de ese momento, y esto es toda una fase histórica que no ha concluido, lo departamentos técnicos o de I+D se encargaron de realizar las primeras experiencias corporativas en Internet. En todas ellas, casi sin excepción, queda patente el aislamiento existente entre la reacción y el departamento técnico: todavía no se ha superado la fase de trasponer directamente los contenidos del periódico de papel a la Red, de reproducir el periódico impreso en formato digital, una iniciativa en la que, por lo demás, como es lógico a la luz de este proceso, la redacción rara vez participa y a veces ni se entera que ha ocurrido. Al convertir Internet en un problema meramente técnico, las redacciones no han tenido la oportunidad todavía de negociar su participación en ella y las empresas, por tanto, tampoco han comenzado a definir el marco donde debe expresarse la colaboración entre los objetivos periodísticos y los medios técnicos para alcanzarlos. Como explica el excelente estudio “Operación Zodíaco”, realizado conjuntamente por el Institut Catalá de Telemática Aplicada y la Universidad Carnegie-Mellon de EEUU con el fin de analizar este proceso en ambos países, la secuencia agente innovador-generalizador-liquidación del agente innovador no sólo ocurrió (y ocurre) en los medios de comunicación, sino que se repitió (y repite) en multitud de empresas españolas que comenzaban a investigar el mundo de Internet.

En lo que concierne a las empresas periodísticas, el fenómeno tampoco es exclusivo de España. En los seminarios o conferencias sobre “nuevos medios” a los que me ha tocado asistir en varios países, irremediablemente surge el momento en que los colegas de los periódicos que hoy ya están en la Red dedican un tiempo –lo cual indica cuán profunda es la herida– a explicar las enormes dificultades que han debido superar para conseguir –y no siempre con éxito– la colaboración de los departamentos técnicos en lo que es esencialmente una nueva aventura de la comunicación. Una aventura definida por un periodismo de contenidos innovadores en los que la componente técnica es, por cierto, cada vez más pequeña. Todos esos medios habían sufrido la “dictadura de los técnicos” (es emblemático el análisis que realizan al respecto los colegas del Irish Times, uno de los primeros en comenzar a elaborar contenidos específicos para la Red). Y todos reconocían –reconocemos– que el dilema que plantea esquemáticamente toda dictadura (rebelión o sometimiento) amenaza a la viabilidad de las propias empresas periodísticas en el nuevo marco de la comunicación digital.

Un escenario de este tipo supone el riesgo de desembocar en una peligrosa parálisis a la hora de tomar decisiones o, aún peor, en salir por peteneras para demostrar que existe al menos una cierta sensibilidad hacia el nuevo paradigma, como le ocurrió, por ejemplo, al New York Times, que cometió la torpeza de crear una redacción digital nueva separada de la propia. La tentación de tomar por este camino, además de despilfarrar las capacidades y experiencias que, a pesar de todo, han acumulado algunos sectores de la redacción en el trabajo con las redes, deja indefensos a los periodistas que siguen ejerciendo su profesión como si lo que está ocurriendo en el ciberespacio no tuviera nada que ver con ellos. Mientras nace y se desarrolla un nuevo medio de comunicación que, sin que ellos lo sepan en muchos casos, cuenta con la participación de su propia empresa, ellos, los periodistas, observan el fenómeno con la misma distancia con que se recibe la noticia de la aparición de un nuevo periódico en otro país. Pero el ciberespacio les plantea un reto de una inmediatez impostergable. Todo lo que sucede allí tiene que ver, de una u otra manera, con su profesión, con su presente y con su futuro.

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* Resto de artículos dedicados a periodismo digital

1.- En busca del periodista digital
2.- De la dictadura de los técnicos…
3.- …a la perplejidad de las masas
4.- El nacimiento del “poder suave”
5.- El cartero llama miles de veces
6.- Cómo escaparse del quiosco y no morir en el intento
7.- La universidad flotante
8.- El corresponsal del conocimiento
9.- Periodismo de disco duro

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