¿De dónde vienen los portales?

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
21 noviembre, 2017
Editorial: 152
Fecha de publicación original: 26 enero, 1999

No hay que decir ¡zape! hasta que pase el último gato

Estamos en la era de los portales. Vamos a ver cuánto dura. Pero está claro que, ahora, o tienes un portal, o estás en uno, o eres bit muerto. Por tanto, la cosa, si es así, puede ser preocupante. Ya sabemos por experiencia, que sean físicos o virtuales, los portales tienen una cierta capacidad de acogida. Allí no cabe todo el mundo. Lo cual es más preocupante todavía, como quedó patente en una mesa redonda sobre portales que organizó el Grup de Periodistes Digitals en Barcelona (GPD) la semana pasada. Casi 200 personas escucharon a los representantes de los portales más conspicuos, desde los estadounidenses Yahoo, Lycos o Microsoft, a los locales Telepolis y VilaWeb. Por encima de las consideraciones particulares de cada uno de ellos, la cuestión de los portales sigue siendo el sempiterno tema de Internet: cómo organizamos la información en la Red. Los portales parecieran ofrecer un atajo. Pero no creo que debamos atribuir más milagros al bálsamo de los que realmente tiene.

Hay algunas cosas de los portales que me parece interesante recordar. La primera es de dónde viene el portal. Su origen suele ser un directorio con un motor de búsqueda (hay algunos de los autodenominados portales que sólo contienen su producción propia, lo cual es muy pobre desde el punto de vista de Internet, pero muy ajustado desde el punto de vista conceptual de lo que realmente es un portal). Un directorio del calibre de los mencionados representa muchos años y mucho dinero sólo para acumular direcciones y servicios de Internet.

Hace tres año conocí en una casita al lado del mar en Long Island (Nueva York) a un chaval que se dedicaba a reseñar webs. Cada día entraba en una página personal que le había preparado su compañía de donde cogía el listado de la jornada. Después se pasaba el día visitando páginas y rellenando formularios donde incluía desde el contenido hasta criterios de valoración. La media diaria era de 80 webs visitadas. Por la noche, se conectaba con su portátil, depositaba el trabajo en su página y recogía el del día siguiente. Un teletrabajador perfecto. Bien pagado, pues no se dedicaba a otra cosa, y podía hacer el trabajo en cualquier parte. En la empresa había 200 como él repartidos por todos EEUU. Si los cálculos eran correctos, esta gente peinaba unas 300.000 webs al mes. La empresa, por cierto, era Excite, por la que ATT-TCI acaban de pagar un billón de pesetas: 999.999 millones de pesetas, más uno.

Segunda cosa a tener cuenta de los portales-directorios: la generación X de Internet, los recién llegados. Los nuevos usuarios, una masa que todo el mundo desconoce en cuanto a volumen, densidad y comportamiento, a la que habría que aplicar el núcleo duro de la teoría del caos y de la mecánica de fluidos para desentrañar cuántos son cada día y cómo se comportan. De ahí la X. Pero ellos son el principal devorador de directorios y, ahora, de los portales. Sería interesante realizar una buena encuesta (ya sé que es imposible) entre internautas veteranos (más de tres meses de vida en la Red con unas dos horas de conexión diaria entre correo-e, listas de distribución, chat, navegación, etc.) para saber cuántas veces visitan un portal y durante cuanto tiempo. Tengo la impresión que empezarían a saltar sorpresas.

Ahora bien, lo que me parece más interesante de los directorios es la evolución de la forma cómo están organizando la información en Internet. Al principio (hace dos o tres años), el directorio ni siquiera presentaba en su primera página un listado de su contenido. Lo único que mostraba era el casillero del buscador (todavía los hay así). Después apareció en la «home» un listado que mostraba la información organizada por áreas temáticas «adentro», sin decir mucho más sobre éstas. A continuación comenzó una difícil tarea de desagregación de los listados para abarcar lo máximo posible de un sólo vistazo. En el fondo había la pretensión no sólo de mostrar todo el contenido del directorio, sino transmitir al mismo tiempo la idea falaz de que «todo» Internet se encontraba allí. No hacía falta ir a otra parte para saber qué se cocía en las entrañas de la Red. El directorio ya era la panza de la ballena.

Ante la futilidad del intento, por una parte, y las oleadas cada vez más numerosas de recién llegados, por la otra, la presentación de la información comenzó a recibir añadidos para reforzar la sensación de totalidad. Así aparecieron los servicios de noticias propios (los menos y más loables) y/o de otros, los primeros retazos de comercio electrónico y un «tutti quanti» derivado de las propias peculiaridades de cada directorio. Todo, a ser posible, en la primera pantalla. Como si uno al entrar en un supermercado se encontrara de golpe en la puerta con un mapa del lugar que le dijera no sólo dónde está la sección señoras, sino incluso el color y tamaño de las bragas en venta y todas las ofertas del fabricante en sus otros productos, ya fueran calzoncillos, discos o cubertería. Todo con un simple golpe de vista. Un gran portal.

La intención es fantástica, pero los resultados muy pobres. No poseemos todavía una tecnología tan avanzada como para poder captar en una sola página semejante complejidad (aunque vamos para allá). Y, en segundo lugar, esta complejidad sigue descansando en el recurso fundamental de estos lugares: el directorio, o sea, un banco de direcciones de recursos en Internet. El portal, por tanto, sigue siendo un lugar muy limitado con respecto a la oferta global de la Red, sólo alcanza hasta donde da de sí su directorio, lo cual, a su vez, depende de las dimensiones de la empresa, inversiones y alianzas con otros servicios semejantes. A esto hay que añadir el indudable valor económico del portal, sobre todo para «educar» a los recién llegados, al incrementar la visibilidad de ciertos recursos.

Por eso camino, previsiblemente, los portales se irán fragmentando en áreas de interés, lo cual obligará a reorganizar la información de otra manera y abrirá las puertas a un tipo de navegación diferente, más cercana a la que en el sector de las tecnologías de próxima generación se denomina como navegación conceptual. Esta consiste en desarrollar una representación gráfica de la información guardada en los directorios (o las webs, o los documentos, o las carpetas o dónde se encuentre almacenada en los ordenadores), independientemente de su volumen, complejidad o heterogeneidad. La idea básica es encontrar la información no a través de las sucesivas capas que la estructuran (ya sea en árboles jerárquicos o a través de hiperenlaces), sino espacialmente. Para ello es necesario transformar la información en un mapa navegable donde prácticamente todo se pueda ver de golpe, como si se usaran los interfaces visuales de los sistemas de información geográfica.

Los portales han tratado de dar un paso en esta dirección y eso me parece más interesante que su pretensión de totalidad o la atribución de propiedades extraordinarias en el campo del comercio electrónico y de su supuesta generación de información y contenidos. Internet sigue siendo mucho más que los portales, tal y como ocurre en las ciudades. Y, en los portales de uno y otro ámbito, predomina más el chismorreo que la chicha. En principio, no tendría por qué ser de otra manera, ni le resta mérito al esfuerzo. Pero la vida, como siempre, discurre en la calle, dentro de los edificios, en las empresas o en los colectivos humanos. Y de todo esto, en Internet hay muchísimo más de lo que pueden abarcar todos los portales juntos.

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