Cibercultura

Las cinco esferas de la ciudad relacional

Miquel Lacasta
5 junio, 2013
Página 2 de 3

Avancemos un poco más, aunque sea a costa de dar un paso atrás en el tiempo.

La idea de lo relacional se sitúa en la encrucijada entre prácticas teóricas, prácticas históricas y prácticas arquitectónicas.[1]

En clara referencia a la emergencia de una lógica relacional desde la que pensar la arquitectura y la ciudad, Solà-Morales ya escribe en 1999, por lo menos desde Foucault sabemos que las cosas no son más que el cruce de sus relaciones y que el conocimiento al que podemos acceder dependerá, en todo caso, de nuestra habilidad para detectar el máximo número de flujos relacionados que se entrecrucen en un evento.

Es decir, las cosas, -podríamos tranquilamente incluir la ciudad y la arquitectura en el término cosa, son relaciones. En este sentido la naturaleza de la ciudad y la arquitectura se escribe a partir de operaciones que dependen de nuestra propia intención, de la intriga que guía nuestras pesquisas. Según las intrigas, se organizarán nuestros instrumentos, la jerarquía de los documentos que decidiremos utilizar y la narración que acabaremos escribiendo.[2]

En definitiva si la historia de la ciudad se escribe gracias a una determinada concentración en un núcleo de relaciones al que se concede el privilegio de la atención,[3] como no vamos a creer que la ciudad es el territorio propio de lo relacional por excelencia.

La idea de la ciudad relacional pretende acometer recorridos transversales, hacer reverberar microhistorias, componer recortes a través de fisuras no exploradas, en plena concurrencia abierta con otros relatos de signo opuesto o, por lo menos, diferente.

En todo caso esta idea debería funcionar exactamente como una caja de herramientas. No tiene nada que ver con el significante. Es preciso que sirva, que funcione y que funcione para otros, no para uno mismo, tal como Gilles Deleuze le espetaba a Michel Foucault en una entrevista publicada en el número 49 de la revista L’Arc, en 1972.

Para ordenar por consiguiente esta compleja caja de herramientas que supone la idea de ciudad relacional se han ordenado aquí por lo que se ha venido en llamar esferas, una serie de espacios todavía genéricos pero que tienen en común un fuerte acento en el campo que adjetiva cada esfera. No hace falta decir que en la estela de la famosa imagen creada por Peter Sloterdijk, la agrupación de diferentes esferas constituye una espuma que en este caso sería la ciudad en sí misma.

En primer lugar nos encontramos con una de las esferas más evidentes de la ciudad la esfera política, un homenaje a la raíz lingüística de la idea de polis, y una manera de retomar el pulso tantas veces perdido entre ciudad y política, cuando en realidad siempre se tiene la sospecha de si no son la misma cosa.

print

Páginas: 1 2 3