Cibercultura

El shock del presente

Marcus Hurst
24 septiembre, 2013
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La compresión inexorable del tiempo

Cuando ICE, la plataforma de trading de derivados, compró la bolsa de Nueva York en diciembre de 2012, medios como The Wall Street Journal mostraron su sorpresa. “Una plataforma más joven que Justin Bieber estaba a punto de adquirir la NYSE con una historia que retrotrae a 1792”. Para algunos analistas financieros era una muestra del poder de la tecnología y la innovación frente a una bolsa antigua y anquilosada. A Rushkoff le llamó la atención otra cosa. “El mercado tradicional acabó en manos de su propia abstracción”.

En un sistema capitalista, los distintos actores en una inversión financiera se han acostumbrado a recibir un retorno en un periodo de tiempo cada vez más corto. “Cuando los financieros encontraron que los mercados eran incapaces de dar el rendimiento casi instantáneo que esperaban, crearon instrumentos capaces de comprimir todavía más el tiempo”, explica el neoyorquino. “En vez de comprar acciones, los derivados permiten a inversores apostar sobre el valor cambiante de este instrumento en el futuro”.

Pero detrás de estas operaciones hay una abstracción artificial del tiempo. El inversor está empaquetando algo que pasará en el futuro y trasladándolo al presente. Este proceso se puede “repetir casi hasta el infinito. Los traders pueden apostar sobre el precio futuro de los derivados. En cada paso se vuelve más abstracto, más expuesto y más comprimido en el tiempo”.

En la carrera inexorable para evadir los límites del reloj, la rapidez de la tecnología juega un papel importantísimo para ganar al rival. “Cada vez más, las operaciones financieras están diseñadas para evitar los límites del tiempo”, añade.

Los grandes bancos contratan a científicos y matemáticos para desarrollar algoritmos que esconden sus operaciones de sus competidores. Estas fórmulas matemáticas permiten dividir gigantescas compras de acciones en miles de pequeñas compras dispersas para que parezca que es algo que ha ocurrido al azar. Se pierde y se ganan miles de millones de euros en cuestión de segundos.

Los bancos también despliegan algoritmos defensivos cuyo objetivo es interceptar esos movimientos. “Este baile algorítmico conocido como black box trading ocupa el 70% de los movimientos de Wall Street”.

La velocidad lo es todo hasta el punto de que cuanto más cercano esté tu ordenador de los centros de servidores, más ventaja competitiva ganas al poder realizar tus operaciones en un microsegundo más rápido que tu rival.

¿Pero cuál es el problema con dejar tanto poder a los algoritmos para decidir el destino de estas operaciones?

Los riesgos están en la volatilidad que genera esta rapidez y los errores que eso puede generar. “Una bolsa impulsada por algoritmos está muy bien hasta que el mercado de improviso pierde 1.000 puntos en un minuto gracias a lo que ahora se llama un flash crash. Los algoritmos se meten en un bucle infinito causando caídas espectaculares. A los algoritmos no les importa el valor de una inversión. Solo les importa la operación en el presente. Cuando el único valor que queda es el tiempo, el mundo se convierte en un reloj”.

Algunos traders ya están optando por ignorar esta forma de hacer las cosas, eligiendo operar en los márgenes de este baile de tecnología instantánea. Pero la excesiva dejación de funciones a los algoritmos es algo que Rushkoff prevé que será cada vez más prevalente en todas nuestras áreas de conocimiento y la gobernanza. “Se trata de una mala programación para servir los intereses de los de siempre”.

El humano que se enfrentó a la lógica de la máquina

Unos meses después de la publicación del libro Present Shock, salió a la luz la existencia del programa Prism desarrollado por la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) en Estados Unidos. Un escándalo cuyas ramificaciones siguen siendo inciertas pero que, inevitablemente, ya se está comparando con Watergate. Rushkoff, una vez más, no pudo resistirse a añadir su punto de vista a lo que acababa de acontecer en contexto del ‘shock del presentismo’.

“Las prisas por emplear la tecnología se ha convertido en algo automático. La tentación era demasiado grande para que el gobierno se resistiera a usar esos datos que están en la red, especialmente cuando esa labor se delega a las máquinas”, escribió en su blog el pasado 10 de junio.

Preguntado directamente sobre el escándalo, el escritor lamentó lo “naive que podemos llegar a ser”, pero a la vez agradeció el estallido del escándalo como pretexto para “volver a hablar de un tema tan importante como este”.

“¿Qué pensábamos que iba a pasar? Compartimos todo lo que hacemos y esos paquetes de información pasan por muchos intermediarios. Nos encanta tener un gmail gratuito, pero eso tiene un coste. El pago a estos servicios son tus datos. El programa Prism era ya un secreto a voces. He tenido un par de estudiantes que me han confesado que existía este proyecto pero no pude convencerles para que me dejaran escribir sobre ello. A pesar de lo grave que pueda ser, me gusta que haya salido esta información porque por fin empezamos a darnos cuenta de que esto es real. Cuando escuchamos a Obama diciendo que no nos preocupemos, que no están escuchando nuestras conversaciones, lo que dice en realidad es irrelevante. Las conversaciones es lo de menos. Los datos es lo que se pueden usar para saber lo que vamos a decir antes de manifestarlo. No les importa que hables cuando tomas drogas, les importa que estés tomando drogas. No son unos agentes sentados en una furgoneta interceptando tus llamadas en las inmediaciones de tu casa. Es algo mucho más sofisticado que eso”.

Para Rushkoff la mejor arma para luchar contra la parálisis inducida por el shock del presente es la intervención humana. “La decisión de Ed Snowden de denunciar lo que estaba ocurriendo en el seno de los servicios secretos estadounidenses representa la intervención sensata de un humano en una situación que se estaba yendo de las manos”.

“Él es un héroe porque se dio cuenta de que nuestra humanidad estaba siendo comprometida por la implementación ciega de unas máquinas con el pretexto de protegernos”.

 

Este artículo se publicó en la revista Yorokobu el 23 de julio de 2013.

Foto de Jesse Millan – Licencia CC BY 2.0.

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