Cibercultura

Arqueología del saber

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
26 mayo, 2017
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Cuando comenzamos el proyecto Coladepez en los términos que definimos en sus objetivos (*), comenzamos la indagación necesaria para seleccionar proyectos. Rápidamente, antes de lo que nos hubiera «gustado», nos encontramos con la sorpresa de que muchos de los que teníamos en cartera, de los que éramos hijos directos o parientes cercanos, como tantísimos otros que desconocíamos en detalle, pero cuya existencia reconocíamos por haber contribuido de diferentes maneras  a crear el contexto de nuestra progresiva visión de la Red, no había forma de encontrarlos. Habían desparecido, en muchos casos sin dejar rastro, más allá del recuerdo de una cabecera. Se había volatilizado del escenario virtual tanto el contenido, en muchos casos fruto de iniciativas e investigaciones de considerable calado, financiados por cantidades que se situaban en la escala de las alta inversiones, como las organizaciones, colectivos, e individuos que los habían promovido. No digamos ya los famosos servidores de los que se habían servido. Este lamentable abracadabra sucedía tanto si a los proyectos los habían amparado grandes empresas, centros de investigación, organizaciones de todo tipo y de toda filiación imaginable, como si hubieran pertenecido a colectivos, pequeñas empresas o asociaciones abocadas a resolver problemáticas de cualquier índole.

Palmira. Foto de la BBC

En otras palabras, a la vista de lo visto, y de las dimensiones de esta destrucción descontrolada, se nos planteaba una tarea de auténtica arqueología digital y presencial, mucho más complicada de la imaginada o,  salvando las distancias, que las similares fruto de diferentes guerras, como Palmira, los Budas de Bamiyán o museos que guardan la memoria de un pasado que no queremos perder por todo lo que ello implica. Esta realidad nos hizo girar la moneda y estudiar qué había en la otra cara del proyecto Coladepez. ¿No nos quedaba más remedio que transitar aquel sendero que veníamos rechazando activamente desde los principios de los 90: convertirnos en un equipo de notarios que extendía las actas de la existencia (o de defunción) de entidades que se desenvolvían en el entorno más extraordinario y global del género humano con apenas 20-30 años de existencia?

En otras palabras, ¿estábamos forzados a seguir las huellas, por ejemplo, de Howard Rheinghold, quien escribió La Comunidad Virtual, el libro canónico en el que documentó la existencia de cerca de 80.000 comunidades virtuales (CV) en EEUU en los años 80, CV que solo sabíamos que existían porque estaban mencionadas en su libro, pero que rara vez se cruzaban en nuestro camino? ¿teníamos que convertirnos en un departamento académico, uno más de los tantos que existían -y existen- en las universidades del mundo, para revisar casos y decir lo que nos daba la gana sobre ellos y sobre quienes los habían hecho? Total, lo máximo que nos podían decir es que o exagerábamos al valorar los proyectos, o no les hacíamos justicia. Algo parecido a lo que sucedió con los eventos de la colonización española del continente americano, solo que 600 años después -no 20 o 30 años-, con cuatro papeles en el cartapacio que había que manipular con pinzas, un somero conocimiento de la tecnología involucrada y ningún Bartolomé de las Casas a quien entrevistar.

Eso no era, ni rozando, lo que pretendíamos hacer con Coladepez, ni se acercaba a cualquier concepto sostenible de escribir la Historia Viva de Internet proyecto a proyecto. Más bien nos obligaba a envolver en oropeles los vestigios que recuperáramos para convertirlos en cadáveres con epitafios subrogados. Como si estuviéramos en Atapuerca.

¿Cómo afrontamos (que no es lo mismo que resolvimos) el dilema? Nos miramos a la cara y nos preguntamos ¿quienes somos nosotros? Nosotros somos el resultado precisamente de lo que queremos recuperar. Y nos hemos «recuperado». Por tanto, teníamos una estupenda pista que nos permitía confirmar que el plan se mantenía, pero sobre parámetros más amplios y nutridos: o está el proyecto, o están quienes lo pensaron, lo formularon, lo hicieron, lo condujeron; o están quienes lo hicieron crecer día a día y crecieron con él; o están todos ellos, o no hay nadie. Muy bien, nos dijimos, vamos a por ellos a partir de nosotros. A fin de cuentas, los principios canónicos de un proyecto de innovación social determinan que hay que llegar hasta una frontera que supuestamente existe, delimitarla nítidamente, estudiarla, explicarla de la mejor forma posible, consensuar entre todos los interesados cómo trabajar con las herramientas necesarias para que los atrevidos actuaran, extrajeran las conclusiones pertinentes a partir de su actividad y, si es posible, obtuvieran resultados que mejoraran su vida y la de los demás. Por tanto, lo que nos planteábamos como el Proyecto de Innovación Social Coladepez no solo era posible, sino que era más profundo, más diverso y… más divertido que el del plan original. Todo lo cual está plasmado en los objetivos del proyecto que se mencionan más abajo.

Nuestra Rosa de los Vientos era nuestra propia actividad, la que nos había traído hasta esta orilla. Desde 1999 nosotros creamos comunidades virtuales y redes de conocimiento con un elevado nivel de contextualización y, por consiguiente, de intercambios dirigidos por los propios miembros de estas estructuras virtuales de trabajo en red en función de lo que se había acordado que eran los objetivos en cada caso. Independientemente de los diferentes territorios en los que se desplegaron -gobierno abierto, formación, reorganización social de entidades, aprendizaje avanzado en formatos diferentes, etc.- estas redes generaron su propia cultura, sus gurús, sus líderes instrumentales, válidos mientras demostraran su sapiencia  en el campo en el que sus compañeros de red les reconocían su autoridad.

Hablamos de verdaderas escuelas de líderes, algo que hoy toda organización digna de tal nombre busca ansiosamente. Esa era la experiencia que debía guiarnos en este ejercicio de, entre otras cosas, arqueología del saber. Experiencia que debía marcar claramente una de las fronteras de un proyecto de innovación social de la envergadura de Coladepez: escribir la Historia Viva de Internet proyecto a proyecto, recurriendo a sus protagonistas, a sus gurús y líderes coyunturales, a quienes aprendieron a forjar una visión del mundo a partir de una actividad que no podían desarrollar en ningún otro ambiente, simplemente porque ni ellos, ni nadie más, tenían noticia de que tal cosa existiera. Eso era la Red. Y eso es Coladepez .¿Quién puede negar y con qué argumentos la calidad innovadora de la propuesta?

Esperemos que la próxima vez, cuando volvamos a repasar lo que estamos haciendo, cómo, con quiénes y con qué resultados, el discurso sea diferente, más rico y con una evidente perspetiva evolutiva. Y esperemos, como hemos expresado quienes estamos involucrados en esta imprescindible aventura, que, para el siguiente repaso de lo que estamos haciendo, ya contemos con departamentos y centros dedicados a la arqueología del saber. Ya sé que más de uno entornará los ojos ante lo que voy a decir, pero si no sabemos de donde venimos, ¿nos vamos a dedicar solamente a profetizar hacia donde vamos según las aburridas leyes del marketing? Porque, en ese caso, no se me ocurre mejor receta para encadenar rosarios de desastres personales y colectivos, así como justificaciones en serie de nuestro escapismo ante los desafíos que ya, hoy, tenemos delante de nuestras narices.

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Objetivos del Proyecto de Innovación Social Coladepez:

* El eje central del Proyecto de Innovación Social Coladepez es escribir la Historia Viva de Internet proyecto a proyecto. Esto supone recuperar proyectos cruciales, –aunque no lo parecieran en aquel momento–, que moldearon la forma de actuar y organizarse en Internet  y que promovieron, al mismo tiempo, las oleadas de iniciativas innovadoras que determinaron en gran medida el futuro de la Red y de la denominada sociedad del conocimiento.

Coladepez publicará dichos proyectos tal y como existieron en su momento. Posteriormente, en las secciones pertinentes de Coladepez, se hará el análisis y la reflexión de las razones que los hicieron emerger, cómo se llevaron a cabo, con quiénes, a qué tipo de organizaciones dieron lugar, qué resultados obtuvieron  y qué organizaciones los hicieron.

Alcanzar los objetivos de Coladepez, por tanto, le corresponde tanto a quienes actuaron en la primera línea de los proyectos que se recuperen, como a quienes los asumieron y asumen todavía como propios. Ellos serán quienes certificarán la fidelidad de la iniciativa en su regreso a la luz, y quienes participarán, entre otros, en la reflexión y análisis de lo que supusieron -y suponen-, así como en completarlos en caso de que el tiempo haya realizado su tarea favorita: desgastarlos, agujerearlos o liquidarlos.

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