Cibercultura

Los avances de la innovación abierta. Miradas mundiales

Susana Finquelievich
17 junio, 2013
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 Susana Finquelievich [1] [2]

En el año 2011, en ocasión de una estadía de la investigadora argentino – finlandesa Mariana Salgado en Buenos Aires, conversábamos sobre la co-construcción social de la innovación en los campos del diseño, las tecnologías de información y comunicación (TC), la arquitectura y el urbanismo, y sobre todo, en las nuevas formas de organización social. Las preguntas que nos formulábamos eran: ¿Hasta qué punto determinan los usuarios las innovaciones tecnológicas? ¿Es posible alentar y organizar a los ciudadanos para que participen de los procesos de innovación? ¿Cuáles son los resultados concretos? ¿Es que los gobiernos y las empresas incorporan estas innovaciones a sus productos y servicios y las devuelven a la comunidad?

En las últimas décadas la ciencia y la tecnología (CyT) son, más que nunca antes en la historia de la humanidad, el motor de aceleración del desarrollo y de las transformaciones económicas. Por lo tanto, la necesidad de promover la innovación, como componente esencial para alimentar a dicho motor, se vuelve una prioridad política central. El progreso de la ‘Innovación para el desarrollo’, en municipios y regiones en la Sociedad del Conocimiento (SC), es objeto de políticas y estrategias en un número creciente de países. Por otro lado, el modelo de innovación, si bien está ligado a los gobiernos, no es necesariamente un modelo originado por el Estado, ‘desde arriba hacia abajo’, sino que puede ser considerado como basado en la interacción de variados sectores: gobierno, universidades, empresas, organizaciones comunitarias, y la misma comunidad objeto de las acciones de innovación y desarrollo (Finquelievich, 2007).

Las investigaciones y experiencias de los últimos años han demostrado la importancia de los usuarios en la innovación tecnológica. En 1998, se había creado una red internacional, Citizens Networking o Redes Ciudadanas (de la que participamos algunos autores de este libro, como Ester Schiavo, Luis Ángel Fernández Hermana, Michael Gurstein y yo misma). Este movimiento trataba de facilitar no sólo el acceso a las tecnologías de información y comunicación (TICs), sino su uso con sentido y la apropiación ciudadana de estas tecnologías. Años más tarde, los laboratorios vivientes o laboratorios ciudadanos están integrando a los individuos y las comunidades en la innovación tecnológica. Uno de sus propósitos es combinar el antiguo concepto de “colaboratorio” lanzado en los 1990s en entornos académicos o laboratorios virtuales, con el concepto de las redes ciudadanas en las que los ciudadanos colaboran en un entorno digital o presencial apropiándose de tecnologías que incluyen robótica, diseño y programación y diseñando innovaciones tecnológicas o socio-técnicas. Y desde hace dos décadas, los ciudadanos, a través de las TICs, participan en proyectos científicos, en lo que se ha venido a llamar e-Ciencia Ciudadana, trabajando a la par con los científicos, aportando información, formulando hipótesis, participando del procesamiento de datos y diseñando herramientas tecnológicas.

Los individuos, los grupos, las comunidades locales y virtuales, han participado activamente en los procesos de innovación tecnológica y de construcción de conocimiento, y se vuelven crecientemente conscientes de su capacidad para diseñar y cambiar las tecnologías, crear nuevos usos, formular nuevas aplicaciones. Las redes sociales basadas en Internet, el software de fuente abierta, la creación de contenidos, el rediseño a través del uso, la participación de los ciudadanos en laboratorios vivientes y en proyectos de E-Ciencia Ciudadana son sólo unos pocos ejemplos de cómo las personas interactúan con las tecnologías, innovan y amplían los usos originales de las TIC.

Tuomi (2002) sostiene que las “nuevas” tecnologías son activamente interpretadas y apropiadas por actores existentes, en el contexto de sus prácticas efectivas. Expresa que la innovación sucede cuando cambia la práctica social. Si una nueva tecnología no es usada por nadie, puede ser una idea promisoria, pero no es tecnología en el sentido estricto. Sólo cuando cambia la manera en que se hacen las cosas, emerge la innovación. En esta línea, Claude Fischer (1992) argumenta que los promotores (productores y diseminadores) de una tecnología no necesariamente saben ni deciden sus usos finales. Ellos detectan las necesidades o problemas que la tecnología puede resolver, pero son los usuarios mismos los que desarrollan nuevos usos, y que deciden finalmente qué usos van a predominar. Puestos ante una tecnología, son los usuarios los que crean nuevos usos. Por esta razón, la tecnología existe en tanto en que la tecnología es usada.

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