Cibercultura

Learning from La Rambla* (1ª parte)

Xabier Artazcoz
21 julio, 2016
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Procesos de transformación de Barcelona

Nadie puede negar que la ciudad de Barcelona ha mejorado en el último cuarto de siglo y que sigue haciéndolo en la actualidad. Basta pasear por la ciudad, o escuchar a los agentes municipales, para notarlo continuamente. Lo que no parece del todo seguro es que sus ciudadanos compartan unánimemente esta opinión. Barcelona está de moda, tiene éxito y fascina a sus visitantes, pero es el resultado de un producto hilado a medida entre políticos y arquitectos, bajo las ordenes de grupos empresariales, grandes bancos y legados de familias burguesas. El modelo Barcelona [1] es hoy el final de una historia feliz reconocida internacionalmente por su modelo urbano perfectamente diseñado y relaciones sociales totalmente integradas de manera plural y cosmopolita. Un modelo de transformación cuyo origen podemos tomar a finales del siglo XIX, momento en el que se decidió que Barcelona debía ser acondicionada como una ciudad para ferias y congresos, de grandes eventos deportivos y exposiciones universales, acontecimientos internacionales que permitieron llevar a cabo los grandes planes de mejoras urbanas, infraestructuras y ampliación de los límites de la ciudad. Un proceso de modernización -industrialización, burocratización, crecimiento económico, centralización, control sobre la multitud, etc.- o más bien de homogeneización cultural que fue en lo que consistió la dinámica transnacional, cuyo rasgo principal fue la creación deliberada de una uniformidad cultural adecuada a los intereses políticos y económicos de sus inspiradores y beneficiarios. Muchas ciudades, de la misma manera que sucedió en Barcelona, son el resultado de aquellos procesos que eliminaron la pluralidad en la manera de relacionar la ciudad con sus ciudadanos y han acabado por verse sometidas a la estandarización cultural. En este proceso no menos importantes han sido las decisiones que se han tomado sobre el diseño urbano marcado por una voluntad expeditiva de agotar cualquier opción que no sea desarrollarlo a partir de un proyecto que permita arquitecturizar casi cualquier cosa (Delgado, 2007).

Pero a la sombra de este modelo, Barcelona es hoy una ciudad de grandes contrastes: se han destruido barrios enteros, se producen desahucios masivos, muchas familias se han visto expulsadas de sus hogares debido a los planes de transformación del tejido urbano, han aumentado los niveles de miseria, de exclusión y se persiguen inmigrantes sin papeles. Es una ciudad artificial, superficial y banal: una escenografía perfecta para un público que cree estar paseando por una ciudad original pero que en realidad como bien define Juan José Lahuerta (2005) “es una ciudad simulada que ha conservado los huesos y caparazones de los barrios para usarlos como símbolos de recuerdo y memoria”. Entretanto, Barcelona se ha permitido el lujo de dejar por el camino a sus vecinos para abrir paso al consumo masivo más agresivo que ha propiciado la privatización del espacio público debido a su uso exclusivo y excluyente. Algo que podemos comprobar viendo algunas de las operaciones inmobiliarias llevadas a cabo por las principales compañías de la industria textil, como Zara o HM, después de que se hayan  peatonalizado algunas de las calles principales del centro histórico, sobre todo en el barrio Gótico y en el Raval, propiciando que la ciudad se transforme en una gran galería comercial al aire libre.

Si bien, el meticuloso trabajo realizado en este último cuarto de siglo por los organismos municipales se ha coronado con la transformación de la imagen de la ciudad, deberíamos retroceder hasta la revisión del Plan municipal en el año 1964 y a su reforma definitiva del Plan General Metropolitano, aprobado en el año 1976 -aun hoy vigente-, para entender la política urbana que ha hecho paradigmático el modelo2 de urbanismo barcelonés. En los años 60 y 70 se tomó conciencia de que el proceso de desindustrialización sería imparable, lo cual invitó a pensar que Barcelona debía que convertirse en una ciudad de servicios y un macro-escenario para el consumo de masas, hecho que determinó las grandes líneas de transformación urbanística inscritas en el periodo anterior a la reinstauración de la democracia formal a partir de los 80, (Tello, 1993).

Las recalificaciones urbanas que hicieron posible la transformación de la imagen de la ciudad ya fueron planteadas por el alcalde Jose María Porcioles, en cuyos discursos oficiales hablaba de lo indeseable de una Barcelona industrial y la necesidad urgente de derribar para poder construir. En Ciutat Vella, la destrucción del tejido urbano quedó justificado por una política de «saneamiento» destinada a convertir el barrio en una zona de servicios. La actuación más radical fue la apertura de la Rambla del Raval en el año 2000. La terciarización de la ciudad supuso una forma alternativa (y posteriormente casi definitiva) de encontrar soluciones ante la desaparición de la industria en la ciudad, aupando el desarrollo del sector turístico como motor económico.

Por otro lado, en el año 1979 el Ayuntamiento de Barcelona inició en otras ciudades europeas campañas para promocionar su atractivo turístico. Sin embargo, no fue hasta el año 1983, con la creación en el Ayuntamiento del organismo oficial llamado Patronat de Turisme, cuando esta promoción se extendió internacionalmente. La evolución de estas políticas municipales tuvieron su punto de inflexión definitivo tras la designación de Barcelona como capital olímpica en 1986, lo cual supuso, entre otras cosas, el impulso necesario para la regeneración urbana a nivel metropolitano y, a su vez, también quedó totalmente integrado en el plan estratégico el modelo turístico como futuro motor del desarrollo económico.

Durante aproximadamente lo siguientes quince años, tanto Barcelona como otras grandes ciudades españolas vincularon su crecimiento económico a la llegada de capital privado extranjero, como bancos, compañías aseguradoras o agentes inmobiliarios que invirtieron en la adquisición de patrimonio inmobiliario. . Por el camino quedaron proyectos de carácter participativo iniciados por los primeros gobiernos elegidos democráticamente junto con las asociaciones vecinales.

Algunos de los técnicos que habían trabajado en los años ochenta en ese plan de renovación para la ciudad estiman que el cambio en los noventa fue tan fuerte que puede llegar a hablarse de un contra-modelo contradictorio con el anterior. Es el momento en el que el modelo consolidado pasa a denominarse marca y es cuando el proyecto neoliberal de los políticos queda fuertemente consolidado y vinculado al crecimiento del valor de mercado de sus inmuebles. Una etapa en la que todavía parece encontrarse la Barcelona más pragmática y asociada a la nueva economía que ha desembocado en una ciudad más bien difusa, borrosa, acentral y continua.

La centralización monetaria y la entrada del nuevo siglo aumentó de la demanda por obtener bienes inmobiliarios en el casco antiguo de Barcelona. Esto hizo que los precios para obtener una vivienda también subiesen considerablemente pero sobre todo repercutió negativamente sobre las familias y las pequeñas empresas de actividad productiva con menos recursos que hasta entonces habían habitado los barrios antiguos de la ciudad. La presión de los inversores del sector por una lado y la nefasta legislación de arrendamientos urbanos ha provocado desde entonces un continuo aumento del precio medio tanto del alquiler como del precio de la vivienda existente debido a su vivienda existente debido a su fuerte vinculación de su valor al especulativo precio del mercado. fuerte vinculación de su valor al especulativo precio del mercado.

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* Título del ensayo adoptado y adaptado del libro de Robert Venturi Learning from Las Vegas

[1] Según Oriol Bohigas, no existe el modelo Barcelona, sino que se trata de un forma de utilizar los instrumentos urbanísticos y de planificación aplicados  metodológicamente sobre un territorio.

Delgado, M. (2007), La ciudad mentirosa: fraude y miseria del «modelo Barcelona». Los libros de la Catarata.

Lahuerta, J. J. (2005) Destrucción de Barcelona. Mudito & Co ediciones.

Tello, R. (1993) “Barcelona post-olímpica: de ciudad industrial a escenario de consumo” Estudios geográficos, Madrid 212, 507-522.

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Este artículo está basado en un estudio presentado en el XII Congreso Español de Sociología por el mismo autor.

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