Cinco lobitos (*)

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
30 octubre, 2018
Editorial: 250
Fecha de publicación original: 16 enero, 2001

Cada gota que llueve tiene donde caer

La fiesta de «+5 en Internet» de en.red.ando fue no sólo la celebración del quinto aniversario de la revista, sino también un modesto homenaje a cinco formas de ver la Red que se han mantenido en pie en tiempos de calma y de tempestad. El debate reunió a un quinteto de los que ya no se los ve juntos en conferencias o seminarios: Jordi Adell, Alfons Cornella, Eudald Domènech, Vicent Partal y el que esto suscribe. Estamos apenas superando la oleada de las puntocom y del atosigamiento del comercio electrónico, que sofocaron la discusión sobre el desarrollo de Internet y su impacto social a fuerza de acciones e inyecciones de adrenalina marca Nasdaq. Por eso fue todavía más reconfortante y refrescante estar con un grupo de personas dispuesto a reencontrarse con los ejes de una discusión que, no por postergada, es cada vez más esencial: hacia qué sociedad de la información nos dirigimos. Y, de una u otra manera, abordado desde diferentes y peculiares perspectivas, éste fue el tema que orientó el espontáneo debate de la silla redonda de «+5 en Internet», a la que asistieron más de 200 personas en Barcelona y que después tuvieron la oportunidad de comentar la jugada con buen vino y mejor jamón (no te pierdas el Making of +5 en Internet).

Jordi Adell, quien montó el primer servidor web en España desde la Universidad Jaume I de Castellón, allá por 1993, tardó dos segundos en situar el debate: «No tengo ninguna empresa y no me interesan las puntocom ni el Nasdaq. Yo pertenezco a otra Internet, la de la gente que usa la tecnología para comunicarse y encontrarse». Tras lo cual se declaró pesimista sobre la evolución de la Red e hizo un llamamiento a los poderes públicos –aprovechando que había periodistas en la sala– «porque estamos perdiendo el tren», en referencia a las escasas inversiones en el campo de la educación. Adell ahora dirige el Centre d’Educació i Noves Tecnologies de la UJI, desde donde trata de desarrollar herramientas de trabajo online para maestros y alumnos.

Alfons Cornella nos recordó una evidencia: nos estamos haciendo viejos. En vez de remitirse como prueba al carnet de identidad, recurrió a un argumento de mucho mayor peso: «Ahora nuestro discurso tiene interlocutores, lo cual quiere decir que las cosas están cambiando». Alfons, en referencia a Partal , a mí y a él mismo, dijo que «éramos muy distintos, pero teníamos tres cosas en común: nos gustaba mucho lo que hacíamos, no estábamos en esto sólo por el dinero y comprendíamos la Red como un diálogo, en particular en.red.ando que estaba enfocada para ofrecer a la gente los instrumentos que le permitiera expresarse a través de Internet».

Eudald Domènech, a quien conozco desde la época en que fundó Servicom, uno de los primeros proveedores de acceso a Internet privado que apareció en España, es para mí uno de los pocos genuinos empresarios de la Red que conozco. Su intervención estuvo salpicada de anécdotas estupendas a través de las cuales explicó cómo fue comprendiendo el funcionamiento de Internet. Eudald, cuya empresa Telépolis fue absorbida el 1 de agosto del año pasado por Eresmás, explicó que para llevar esta operación a buen puerto tuvo que vadear aguas tormentosas. Antes de firmar el acuerdo definitivo con sus nuevos socios, tuvo que sacarse de encima a Endemol, la productora de TV holandesa que, dos meses después de haber invertido en Telépolis, fue comprada por Telefónica. «Aquello se convirtió en la famosa escena del camarote de los hermanos Marx. En una habitación los de Endemol, en el medio el notario, en la otra los de Eresmás que debían poner el dinero para pagar la salida de los holandeses. Y estos no debían saber lo que se estaba cocinando porque si no el acuerdo se caía.»

Vicent Partal, a quien me une una entrañable amistad desde que Internet permitió que nos conociéramos, hizo una intervención mucho más personal y afectuosa. Vicent, cuando su empresa todavía se llamaba la Infopista Catalana, diseñó y alojó en.red.ando en su servidor –en aquella época constaba tan sólo de mi editorial semanal–, donde estuvo hasta febrero de 1999. Entre una serie de anécdotas, no pudo reprimirse y contó algo de mi pasado que verdaderamente le tortura y le llena de envidia: yo vestí la camiseta albiceleste de la selección argentina de fútbol… universitaria. Vicent dijo que había tratado de regalarme una de estas indumentarias pero no la encontró en Barcelona. Y, entonces, me entregó una camiseta de la selección catalana de fútbol con el nombre de en.red.ando en la espalda y el número cinco. La verdad es que me puso en un compromiso, porque me obliga a continuar con esta aventura por otro lustro a fin de ganarme la camiseta con mi verdadero número, el 10.

Por mi parte, yo centré mi intervención en el cambio del modelo de comunicación que supuso Internet y las repercusiones de un medio que posibilita la participación del ciudadano en cualquier escala de la vida cotidiana. El descubrimiento de este hecho allá por 1991, marcó en gran medida el tipo de relación que he mantenido desde entonces con la Red y se erigió en la seña de identidad de en.red.ando. Desde que comenzamos con esta aventura, la participación de los usuarios en los contenidos de la revista, así como el desarrollo de espacios virtuales moderados para debatir y gestionar conocimiento, se han convertido en el ADN que explica nuestro proyecto y nuestro quehacer en la Red.

El debate puso la guinda al comenzar una refriega generalizada que elevó considerablemente el listón de las contribuciones y de la reflexión. 5 años es, desde luego, muy poco tiempo para trazar el destino de lo que sea, incluso aunque se trate de un acontecimiento como Internet que parece acelerar la marcha del reloj como si fuera un corazón enamorado. Por esta razón, quizá, muchos de los análisis de tipo prospectivo que suelen hacerse sobre la Red adolecen todavía de un colchón de experiencias de suficiente densidad como para trazar curvas fiables que apunten a tendencias reconocibles. Esta carencia, a pesar de todo lo que se ha dicho y aparentemente ha sucedido en eso que llamamos la Sociedad de la Información, salió a flote en la discusión con inusitada actualidad.

Adell, por ejemplo, reivindicó el valor del juego (y, en particular, del videojuego) en la educación y se quejó de que en España no hay software educativo hecho por y para los maestros, de que nos olvidamos de los niños con una facilidad preocupante cuando serán ellos quienes llevarán la tecnología a las aulas, y de que las administraciones públicas sólo estén preocupadas por salir en la foto. «No disponemos de estadísticas fiables sobre el número de ordenadores conectados en las escuelas, no sabemos qué tenemos». Si a esto añadimos que los maestros oscilan entre la tecnofobia y la tecnofilia, dijo, podemos hacernos una idea de cómo está el panorama. Cornella le respondió que, a su entender, pedimos un tipo de transformación social de manera incorrecta. Lo importante es cambiar la perspectiva de cómo hacemos las cosas. «Esto está apenas empezando y requiere de un cambio cultural y un debate social que, por ahora, es todavía insignificante. La Red no es el Nasdaq, ni un modelo especulativo. Por eso lo que hacemos tiene sentido. Es la función, por ejemplo, que se arroga en.red.ando, la creación de entornos de debate social para que progrese el diálogo».

En este punto, todas las divergencias convergieron hacia la concepción más dispar y, al mismo tiempo, por irónico que parezca, más coherente: Hoy ya no hay un futuro, sino muchos futuros y cada uno debe decidir cuál es el suyo. Como dijo Partal, lo importante no es el debate sobre la tecnología, sino sobre qué se hace con ella. Idea que Cornella reformuló desplazando el centro de gravedad desde la nueva economía hacia la nueva sociedad: la educación, la cultura, las relaciones económicas… O, como explicó Eudald, hay muchas más Internets de las que nos imaginamos y aparecerán muchos usos todavía impensables que nos cambiarán de nuevo el mundo. A diferencia de lo que ha sucedido con otras revoluciones, Domènech expresó su visión optimista de manera elocuente: con Internet no vamos a perder ningún tren, sino que te lo vas a encontrar y, entonces, lo cogerás.

Yo, para rematar la jugada, recordé algo que hemos dicho muchas veces desde en.red.ando: cuando las cosas cambian, cambian todas las cosas. Y esto nos cuesta mucho aceptarlo. Cuando actuamos en Internet nos adentramos en una realidad muy diferente, en la que desaparecen las circunstancias que enmarcan nuestra personalidad y posición social en el mundo real. Funcionamos en un entorno que tiende a diluir las barreras lingüísticas, culturales, sociales, de conocimiento, de inteligencia, etc. Sin embargo, hasta ahora utilizamos Internet fundamentalmente desde la perspectiva de lo que cada uno de nosotros sabe. Todavía no nos hemos embarcado en una fase donde desarrollemos sistemas de información complejos, adaptados a las exigencias y oportunidades que nos ofrece la Red, que permitan movernos a partir de valores asumidos y aceptados colectivamente.

Desde nuestra modesta perspectiva, hacia allí apunta en.medi@: organizar espacios virtuales asistidos por gestores de conocimiento en red, en los que podamos negociar nuestra participación independientemente del grado de conocimiento (o posición social, cultural o política) de cada uno de los participantes, y cobijados en un umbral de inteligencia colectiva que progresa a partir de dicha participación. Se trata, pues, de un mundo de futuros posibles y corresponde a cada uno la responsabilidad de cómo los construye y con qué objetivos.

Como dijo alguien del público al final, la transformación social está en marcha y es imparable. Estamos ante un cambio de paradigma filosófico: desde una organización social basada en estructuras jerárquicas, hacia otra basada en la construcción de redes. Dicho lo cual, nos levantamos todos de nuestras sillas y fuimos al encuentro el uno del otro no sin antes habernos provisto de vino y jamón.

(*) lamalla.net ha publicado una versión audiovisual del debate celebrado en Barcelona el 12 de enero en la fiesta “+5 en Internet”.

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