Buscando a la hija de Jenny

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
27 marzo, 2018
Editorial: 187
Fecha de publicación original: 2 noviembre, 1999

Quien mucha tierra cava, poco ahonda

En una época de cambios tan rápidos y profundos como la actual, la pregunta más fértil tiene que ver con la capacidad de adaptación de individuos, instituciones, empresas y organizaciones a los nuevos tiempos. Si la Sociedad de la Información plantea como cuestión central la problemática de la comunicación digital, entonces las facultades de periodismo y de ciencias de la comunicación se encuentran en el centro mismo del meollo de la adaptación. ¿Lograrán desarrollar a tiempo las nuevas áreas del saber ante la competencia que se adivina entre ellas? ¿Cómo lo harán? ¿Qué líneas de investigación impulsarán para promover los conocimientos relacionados con la producción de información y conocimientos en red y qué formas asumirá ésta? Estas preguntas no son triviales, ni están circunscritas a alguna que otra universidad. Como suponíamos, y hemos podido verificar en en.red.ando a raíz de las reacciones suscitadas por los artículos que hemos publicado sobre este tema estas últimas semanas, la inquietud es similar tanto en la Universidad de Columbia (Nueva York), como en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (Colombia), la de Salamanca, Antofagasta (Chile), la Autónoma de Barcelona o la de México.

La investigación de las nuevas formas de informar en red, de crear espacios virtuales ricos en el intercambio de conocimientos y de articular la formación necesaria para quienes vayan a gestionarlos, no se reduce al ejercicio del periodismo conocido más una dirección de correo-e. La mera sumatoria de disciplinas tampoco engendra una nueva, milagro que pareciera esperarse de muchos de los nuevos cursos y másters de periodismo que han aparecido en los últimos años. Y, por si fuera poco, Internet no sólo rasga las fronteras conocidas entre emisores y receptores, también cala en todas las facetas de la vida cotidiana, hasta las más insospechadas, para convertirlas en parte del proceso de la comunicación.

Un periodista quizá no se vería formando parte de un curso de física cuántica en una universidad, pero un curso digital de esta materia montado sobre una tecnología para generar contenidos, requerirá de un periodista de nuevo tipo que trabaje en estrecha asociación con los propios productores de contenidos, que diseñe el flujo de comunicación entre ellos y quienes, aunque tradicionalmente no se les ha considerado ni arte ni parte en la formación universitaria, ahora sí lo pueden ser gracias a las tecnologías informacionales. Y este trabajo esencial de comunicación no aparecerá por arte de birlibirloque, ni porque ocurra en una web o en una lista de distribución. Es necesario diseñar toda una tecnología conceptual que resulte en productos tangibles (en este caso en particular, el contenido del curso) y, a la vez, proyectarla a través de una cierta organización y gestión del conocimiento –gestión de conocimiento en red– que multiplique la accesibilidad de estos resultados mediante su empaquetamiento en un medio de comunicación.

Algo semejante puede decirse de las empresas que se embarcan en el comercio electrónico. Es sorprendente la distancia que suele separarlas de lo que quieren ofrecer simplemente por lo intrincado que resulta encontrarlo. Entre la oferta y la demanda (el internauta) falta, por lo general, una capa de comunicación lo suficientemente elaborada y compleja como para convertir al usuario en parte de lo que se quiere comunicar. Se piensa que con poner una web muy bonita y aderezada con un par de bases de datos bien estructuradas, basta. Y después viene la perplejidad por la escasa respuesta. Entonces no hay nada más fácil que echarle la culpa al otro: «Aquí, el comercio electrónico todavía no arranca porque falta cultura de compra por la Red».

Los únicos que tienen esa cultura, al parecer, son los visitantes de Amazon.com, vengan de donde vengan. El éxito de esta librería no reside, a mi entender, en que venda libros más o menos baratos, justo cuando todo el mundo decía que la venta de libros iba en descenso. Además, si ése es el secreto, ni está patentado, ni la policía le impide a nadie que repita la fórmula. El éxito, en realidad, estriba en el excelente diseño del flujo de comunicación. El proceso de producción de información en Amazon depende, en gran medida, de las acciones de los usuarios, quienes orientan sobre la composición de la portada, establecen prioridades, aportan información y conocimientos y Amazon lo devuelve con propuestas inteligentes basadas en la actividad de los internautas. Incluso logra transmitir la impresión de que estas propuestas están personalizadas. Mientras la gran mayoría sigue fascinada por la política de precios –para algo estamos en el ámbito puro del mercado–, la velocidad de entrega y otros factores sin duda importantes, Amazon apenas ha recibido la atención que merece por sus innovadoras propuestas en el campo de la comunicación.

Lo excepcional de este caso refleja el estadio incipiente en que nos encontramos en la explotación de las posibilidades de la comunicación en la Red. Todavía estamos lejos de crear la capa de la comunicación digital, integrada por tecnologías que permitan crear medios realmente personalizados, de contenidos altamente segmentados. Una capa dotada de ciertas características homologables en todas las redes, como lo ha sido la web. Y esto requiere iniciativas parecidas a en.medi@, que considero uno de los ejemplos de nuevas tecnologías conceptuales para generar contenidos. en.medi@ puede funcionar en diferentes entornos para satisfacer objetivos diversos, por más alejados que parezcan, en principio, del periodismo clásico, pero esenciales para la comunicación. Lo mismo podría hacer aflorar a los innovadores sociales de una empresa y hacer una radiografía de la organización virtual de ésta a partir de la gestión real del conocimiento en su seno, como generar contenidos en un curso de formación en áreas temáticas específicas (salud, educación, ciencia, redes ciudadanas, etc.), o convertirse en el medio de comunicación de referencia en estas áreas a partir de la producción de información por parte de los participantes en espacios de este tipo.

La investigación en estos campos y el desarrollo de nuevas tecnologías diseñadas para incrementar las relaciones e interacciones entre los internautas apenas está en sus comienzos. Hemos llegado hasta la web, una plataforma básica de comunicación. Pero no es ni el principio ni el fin de la Sociedad de la Información. Salvando las distancias, me parece que nos encontramos en un período parecido al del último tercio del siglo XVIII. En aquellos años, las sucesivas invenciones de John Kay, Richard Arkwright, James Hargreaves y Samuel Crompton modificaron la tradicional máquina textil, inventaron la lanzadera «Jenny» e hicieron posible que un operario pasara de manejar un solo huso a mil simultáneamente. Además, desplazaron la fuente de energía del nuevo telar de los pies de la tejedora al agua. Este cambio fue crucial. De tejer en casa, fue necesario ir a tejer a edificios donde se podía manejar la energía hidráulica (de hecho, un invento de origen italiano). Así nació el sistema de factorías, la cuna de la Revolución Industrial que cambiaría el rumbo del mundo. Pero no fue un tránsito fácil. En 1780 había 20 de estas «máquinas de agua». 10 años más tarde, apenas estaban funcionando 150.

Un crecimiento lento incluso para aquella época. Lo mismo pensaba Richard Arkwright. Una transcripción de sus problemas en aquel entonces tiene resonancias rabiosamente actuales, a pesar de que procede de los años 70 del siglo XVIII: «Las dificultades que afrontó Arkwright para organizar su sistema de fábricas fueron mucho mayores de lo que generalmente se piensa. En primer lugar, tenía que entrenar a sus trabajadores para que fueran muy precisos y constantes en su destreza, algo totalmente desconocido hasta entonces, lo cual producía incesantes rebeliones por parte de una fuerza de trabajo no preparada y displicente. En segundo lugar, tenía que entrenar a un equipo de mecánicos cuya pericia no estaba al alcance de las rudas manos que hasta entonces trabajaban para los manufactureros. Finalmente, tenía que encontrar un mercado para sus nuevos hilos… En 1779, diez años después de su primera patente, muchos consideraban a su aventura empresarial como una novedad de dudoso futuro» (Ure: «History of the Cotton Manufacture», 1836, citado por L. C. A. Knowles en «Industrial and Commercial Revolutions in Great Britain during the Nineteenth Century», 1921).

Cuando la industria textil se convirtió en un fenómeno explosivo durante el siglo siguiente, muchos también consideraron que aquellos inventos eran el principio y el fin de la era industrial. No vieron que la ingeniería y la ciencia preparaban todo un arsenal de nuevos artefactos y descubrimientos de gran calado para acompañar las profundas transformaciones que ya estaba causando el sistema de factorías. La sociedad agraria quedó enterrada bajo nuevas ciudades, tecnologías de todo tipo, nuevos conocimientos e instituciones educativas, sistemas de comunicación, mercados, guerras, conquistas, culturas y visiones que conformaron la Revolución Industrial.

Hoy tenemos una nueva Jenny en nuestras manos: la web en Internet. Pareciera, por lo que uno escucha, lee y ve, que se trata del principio y el fin de la Sociedad de la Información. Sin embargo, no es más que una de las primeras tecnologías, bastante básica por añadidura, de las que se desarrollarán para tratar y publicar información y conocimientos. Veremos en los próximos años el surgimiento de formas mucho más revolucionarias para propiciar el encuentro virtual de grupos humanos con intereses claramente delimitados, la creación de potentes tecnologías conceptuales capaces de arbitrar nuevas formas de producir información y de descubrir a los nuevos productores de información, y de transmitirla a través de medios de comunicación cuya «inteligencia» se basará en superar la dicotomía «emisión/recepción» tal y como la hemos entendido hasta hoy. Y, al igual que le sucedió a Richard Arkwright, habrá que articular la formación adecuada para quienes se encargarán de hacer funcionar estas tecnologías.

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