¡Que vienen los indios!

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 junio, 2018
Editorial: 210
Fecha de publicación original: 11 abril, 2000

El que a mi casa no va, de la suya me echa

La Sociedad de la Información comienza a mostrar los primeros signos de su maduración. Como hemos dicho en ocasiones anteriores, la prueba inequívoca del impacto social de Internet la tendríamos cuando la Red emergiera de su claustro de ordenadores y se proyectara más allá de su estricto entorno tecnológico. Algo de esto ha venido sucediendo últimamente con la creciente preocupación de los estados europeos por definir políticas de educación, administración local y de empleo referidas a la Sociedad de la Información. Ahora le llega la mayoría de edad a este «afloramiento» de la Red al demandar una política específica de inmigración para ajustar el mercado de trabajo de las TIC –tecnologías de la información y la comunicación– en los países industrializados.

En esto, como en otras facetas de la denominada «nueva economía», EEUU y Europa abordan la cuestión desde puntos de vista dispares. Mientras EEUU ofrece residencia permanente a los técnicos e informáticos de otros países, Alemania, cuyo gobierno tiene un plan para traer a 20.000 tecnólogos de la India por un plazo de cinco años, se ha visto envuelta en uno de sus clásicos y virulentos debates sobre la emigración. «¡Nosotros, la patria excelsa de la tecnología, importando indios!» Y eso que esta importación se hace por la vía de la excepción y sin posibilidad de que cunda el ejemplo. La Unión Europea, mientras tanto, mantiene un discreto silencio sobre esta insospechada irrupción de Internet en las políticas demográficas del Viejo Continente. Su próxima oportunidad de decir algo al respecto será en la cumbre de junio, dedicada a la Sociedad de la Información.

Los gobiernos, la industria y la sociedad, en general, saben que no se puede enterrar la cabeza ante un hecho insoslayable: la previsible explosión del comercio electrónico requiere una aportación suficientes de trabajadores preparados en nuevas tecnologías y con las capacidades y talentos adecuados para cumplir con las demandas de la nueva economía. Aunque sea obvio decirlo, no es lo mismo abrir una tienda en la calle de cualquier ciudad, que levantar la persiana digital de una tienda virtual. La gente involucrada en cada caso es diferente. Y lo mismo puede decirse del desarrollo en el ciberespacio de la administración pública, la educación, la salud, el ocio o los nuevos espacios urbanos. Si en algo están de acuerdo casi todos los que participan en estas iniciativas es en la necesidad de formación, y formación de nuevo cuño adaptada a las emergentes áreas del conocimiento.

Los maestros están a la vanguardia de este clamor, pero sólo porque se les escucha más debido al lugar sensible que ocupan. La cuestión, sin embargo, se presenta en la forma de doble pregunta: formación, sí, ¿pero cuál? y ¿se puede esperar hasta poseer un mercado laboral ajustado al crecimiento de la economía virtual o hay que importar mano de obra para ir supliendo la escasez de trabajadores especializados? Ambas respuestas implican un complejo ejercicio de previsión trufado de espinosos dilemas, como el de la reforma de la educación superior o la tolerancia social a la inmigración por razones tecnológicas, por citar un par de ellos.

Para complicar todavía más las cosas, ni los expertos ni los gobiernos se ponen de acuerdo sobre lo que están hablando. Antes de la eclosión pública de Internet, se sabía cuál era el mercado de los trabajadores de las TIC. Estaba compuesto fundamentalmente por ingenieros de telecomunicación y de software, especialistas en computación, programadores, etc. Ahora, la frontera es de trazo cada vez más sinuoso. Por una parte, este mercado ha recibido un considerable aluvión de usuarios que, en poco tiempo, han comenzado a desempeñar algunas de las funciones clásicas de los trabajadores de las TIC. Además, han adquirido estos conocimientos como producto –e impulsores– de la conversión de la I de información en la I de informacional, es decir ligada a tecnologías propias de un entorno como el de Internet donde se potencia la capacidad de interacción de los usuarios en arquitecturas abiertas de ordenadores en red. Por la otra, los trabajadores formados en las TIC se han desplazado progresivamente hacia la gestión de recursos, la dirección técnica o ejecutiva de empresas, el sector de las finanzas, con lo cual su perfil resulta cada vez más difuminado.

Y hay un tercer factor muy importante al que todavía no se le presta la debida atención. Internet es, en el fondo, un sistema de comunicación mediado por computadoras (CMC). A través de él se puede hacer comercio electrónico, aprender a parir, visitar las cumbres del Everest o estudiar cómo llegar a ser presidente de algo. Pero sigue siendo un sistema de comunicación mediado por computadoras. Por el mero hecho de acceder a la Red, ese hecho de la comunicación ya existe y determina la funcionalidad de la propia red y de sus usuarios. Por consiguiente, la explosión demográfica de Internet es una explosión de comunicadores que ha sobrepasado los límites clásicos de las carreras al uso, tanto en comunicación, como en tecnologías de la información. Muchos de ellos se han convertido en emprendedores o en gestores de proyectos virtuales, para lo cual han necesitado adquirir nuevos conocimientos que la estructura habitual del mercado de trabajo no ponía a su disposición.

Hoy, por poner un ejemplo, un banco inaugura un medio de comunicación en Internet con la misma naturalidad con la que nosotros abrimos una cuenta corriente. Y cuando se analiza quiénes hacen ese medio, rara vez uno se encuentra con periodistas o comunicadores. Lo más frecuente es encontrarse con gente que procede de campos no fácilmente homologables entre sí, además del surtido habitual de gestores, técnicos de telecomunicación o programación o formados en algunos de los recovecos del mundo de los negocios.

El mercado laboral de la Sociedad de la Información, pues, se ha convertido, irónicamente, en una región bastante impenetrable para extraer información significativa sobre su composición. Nadie sabe realmente cómo definir a un trabajador de las TIC y, por tanto, no se sabe cómo medir si hay escasez o abundancia. Las universidades y las empresas hacen acuerdos de formación con toda la pinta de convertirse en palos de ciego para ver si encuentran algo por el camino que les ayude a definir la demanda del mercado. La política más sensata en este sentido es la que, por el lado de la universidad, trata de sentar a estudiantes en empresas de Internet para que intimen y se decidan sobre las posibilidades que ofrecen los trabajos en este sector. Y, por el lado de la empresa, la creación de departamentos propios de formación continua –como vimos en el editorial anterior– a pesar de la creciente dificultad para retener a sus trabajadores. La fidelización en este caso aparece como un asunto complicado, pero la inversión en la formación de capital humano deja un remanente de experiencia en la empresa de alto valor estratégico.

Las dificultades actuales de la formación –sobre todo universitaria– y la «huida» de los roles laborales clásicos hacia los nuevos nichos que crea la Sociedad de la Información colaboran activamente a esta especie de estado líquido del mercado laboral. Los países desarrollados sospechan que todavía no hay desabastecimiento de trabajadores de las TIC, pero no están seguros. Y la razón, hasta cierto punto, es sencilla, como reconoce la propia OCDE en su reciente informe «Perspectivas sobre la Tecnología de la Información, año 2000». Los perfiles académicos tradicionales basados en estas tecnologías están muy solicitados, sus salarios aumentan, hay dificultades evidentes para retenerlos en las empresas y el mercado se comporta con los tics –valga la redundancia– típicos de la escasez. Y ante la feroz competitividad que se adivina tras el desarrollo del comercio electrónico, los gobiernos de muchos países industrializados –EEUU en primer lugar, Gran Bretaña, Irlanda, Dinamarca, Alemania, Australia, Sudáfrica, etc.– han decidido que es mejor gestionar ahora una falsa escasez, que sufrir más tarde las consecuencias de una ilusoria abundancia.

Estos países han comenzado a diseñar las políticas locales de formación mencionadas para incrementar el número de trabajadores TIC y reforzar su preparación. Al mismo tiempo, están lanzando sus redes al mercado laboral mundial, por si acaso. Hasta ahora, esto se había hecho de manera discreta, mediante los típicos anuncios de ofertas de trabajo en los medios de comunicación de los respectivos países afectados. Así, EEUU pescaba en Australia o Sudáfrica, y estos dos hacían lo propio entre ellos y en EEUU. La situación está a punto de cambiar dramáticamente. La propuesta de Alemania es tan sólo la punta de iceberg de una política de estado de los países ricos para organizar flujos migratorios desde los lugares donde abunda esta mano de obra, como Rusia, Europa Central y algunos países asiáticos, en particular la India. Sólo que, en este caso, el típico debate sobre la inmigración por parte de los países industrializados se desarrollará en una caja de resonancia, Internet, que, posiblemente, afectará directamente a la propia dinámica de la discusión y a sus resultados.
A todo esto, ¿qué sucede en la India? ¿por qué se ha convertido en uno de los principales proveedores de la mano de obra con más futuro de la economía mundial? Pues lo trataremos a explicar en el siguiente editorial.

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